El Escondite de Natalia
Nace Malena
miércoles 13 de mayo de 2015, 00:27h
Después de tanto tiempo viviendo junto a él, esa tarde volvió a la soledad de su casa.
La había echado de su vida devolviéndole solamente una pequeña y caótica maleta con sus cosas.
Había dicho que ya no la quería, como si el amor fuera de quita y pon, como si de un plumazo se pudieran borrar todos los maravillosos momentos que habían vivido juntos.
Sacó una a una cada arrugada prenda.
Un dolor insoportable le recorrió el pecho impidiendo que el aire llegara a sus pulmones, y tuvo que apoyarse en la pared para no caerse.
Vio en el desorden de la ropa, su ira y sobre todo, su desprecio. Le había devuelto todo a modo de bofetadas, cerrando una puerta que ya nunca se abriría.
No colocó la ropa en el armario porque no quería verla todos los días y que le recordara constantemente a él.
La metió en un cajón escondido debajo de la cama con la idea de llevarlas a cualquier parroquia, para regalarlas. Hizo un paréntesis al llanto y se permitió una risa ahogada, pensando en los zapatos con tacones de puta que él le había regalado, preguntándose a quién le servirían.
Quiso recuperar todo el tiempo perdido con él y salió de su casa dando un portazo.
Ya no sentía amor. Solamente odio y despecho. O por lo menos eso creía.
En la calle por la que caminaba, sólo había silencio y vacío, el silencio y el vacío infinito e inmenso de su ausencia.
Entró en el bar al que iba siempre con él, esta vez sola.
Pidió una copa de vino para dejarse arrastrar por el dulce sabor a olvido de la embriaguez. Con cada sorbo se entumecieron un poco más sus pensamientos, con cada trago se adormeció un poquito más, su débil corazón.
Su recuerdo se volvió borroso y comenzó a coquetear con todos los que estaban en la barra, seres desdibujados e imperfectos para ella, porque no se parecían en nada a él. Daba igual.
Acudiendo a su silenciosa pero evidente llamada, alguien la abrazó por detrás.
No quiso mirar, cerró los ojos y dándose la vuelta lo besó con un beso largo, con un beso húmedo y guarro lleno de saliva.
De fondo sonaba un triste y melancólico tango. La música mecía y consolaba su corazón.
Siguió besando a alguien anónimo y desconocido con la boca cada vez más húmeda. Se le mojaron las bragas.
Ninguna boca le había sabido tan dulce y tan suave. Nadie le había olido mejor. Se dio cuenta de que estaba besando, a otra mujer. Se le mojaron aún más.
Estiró la mano para tocarle los pechos, acariciándolos con furia, se dejó llevar por el deseo excitada como nunca.
Murmurando un conjuro de olvido, llegó al orgasmo dulcemente, mientras un río pegajoso le recorría las piernas.
Se pasó los dedos por la piel, para después lamerlos, mientras la seguía besando al mismo tiempo que bailaba al son del triste tango, frotándose contra su femenino y curvilíneo cuerpo.
Las notas que sonaban en el local hipnotizaban sus pensamientos, los embriagaban para que dejara de pensar en él. Sucumbió al sexo por el sexo.
Mordió la dulce y tentadora manzana del pecado original. La mordió hasta que no quedó nada.
Fue esa noche de primavera cuando perdió su alma, cuando la regaló para siempre, a cambio de nada.
Fue entonces cuando desapareció ella, buena, dulce, complaciente, enterrada entre tanto rencor y despecho.
Y nació Malena, traviesa e insensible, perversa e implacable, incapaz de volver a amar, como renace de sus propias cenizas el inmortal ave fénix, como después de estar al borde de la muerte, el águila extiende sus hermosas alas y emprendiendo el vuelo, toca de nuevo el cielo.