El Escondite de Natalia
Loca pasión
miércoles 05 de agosto de 2015, 14:04h
Esa noche, como todas en las que la luna estaba llena, no pudo conciliar el sueño pensando en ella.
La esperó escondido tras la blanca y gastada cortina de su pequeña y solitaria habitación.
Incómodo por la postura que parecía eterna, movió su cuerpo frotando su piel desnuda contra la silla. Sonidos mágicos y aterradores provenían de la selva. Animales nocturnos aprovechaban la noche para seducir a sus presas. Se abrazó a sí mismo para tranquilizarse.
Se llevó la lata de cerveza a la boca, apurando hasta la última gota, pero no fue suficiente para calmar su sed. A su lado un cenicero repleto de colillas, ceniza y frustración invadía de un intenso aroma a tabaco la noche, haciéndola más densa. El humo manchaba el aire, tiñéndolo de irrealidad y misterio.
Por fin llegó, vestida solamente con unas cadenas que le colgaban del cuello, interminables, como su loca pasión por ella.
Se paró en un lugar del jardín desprotegido y carente de vegetación, iluminado por la insolente luz de la luna llena, que coloreó sus curvas con colores hasta ese momento inexistentes. Un arco iris desconocido, jugaba con su piel azabache, transformando el negro en plata y oro, convirtiendo la oscuridad en luz.
Enseguida comenzó a bailar al ritmo de unos tambores que sonaban desde el cielo.
La luz de la luna, indecorosamente, iluminó la exuberante forma de sus senos que brillaban por el sudor provocado por el sofocante calor de esa noche de verano.
Extendió las manos gritando un conjuro. Un quejido casi humano invadió la noche cuando retorció el cuello del pequeño animal. Cubierta de plumas se arrodilló sobre la hierba, mientras un último aliento movió sutilmente su pelo negro.
Invocó su nombre y se tumbó abriendo las piernas para dejarse poseer por ella, para que le devolviera en forma de amor, el regalo que le había hecho.
Su piel morena brillaba aún más por la excitación, compitiendo con la noche repleta de estrellas.
Sus manos acariciaban su propio cuerpo, mientras movía las caderas buscándola.
Sus pechos se frotaron desesperadamente contra otros pechos, sus pezones crecieron por la caricia, endurecidos y excitados.
Su lengua mojada jugó con el aire, besando apasionadamente otra invisible boca.
Su sexo pegado al de ella restregándose intercambiaba humedad. Flujos divinos y humanos se mezclaron manchando la verde hierba de blanco amor.
Se retorcía enloquecida mientras entre gemidos susurraba con adoración su nombre.
Excitado pudo sentir como crecía y latía su deseo. Su sexo se hacía cada vez más grande, al mismo tiempo que sus femeninas manos intentaban tocar el cielo, arañando el aire, sin lograrlo.
Hechizada, siguió bailando sola.
Loco por las ganas, se consoló al mismo ritmo que el movimiento suave y sensual de sus caderas, mirando maravillado cómo sus curvas se transformaban en gigantes olas con su extraño e indecoroso baile.
Una serpiente se dibujó en su piel, tatuándose para siempre. Se movía sinuosamente acariciándola.
La deidad cobró forma para hacerla suya. Empujó su cabeza muy dentro de ella. Entró toda, entera. No dejó hueco a nada más. Hasta la última célula de su cuerpo fue invadida.
Un lento orgasmo comenzó en su vientre recorriendo todo su ser despacio, intensamente. Arqueó la espalda y echó hacia atrás la cabeza en una postura imposible.
Se volvió loco de pasión, perdió la razón por los celos.
Gimió desconsoladamente deseando poder tocarla, sabiendo que era inalcanzable.
Enfermo de rabia, se excitó aún más, preguntándose, quién sería su dueña, al mismo tiempo que su herido corazón la maldecía en silencio.
En el cielo se escondió la luna poco a poco y comenzó a asomar el sol que amenazó con invadirlo todo, acaparando su realidad y sus sueños, enterrando temporalmente la locura y la magia.
Momento en el que Ananda se iba.
Y él, como cada amanecer después de una noche de luna llena, agonizando de amor, se fue con ella...