Los evangelistas narran algunas de las llamadas realizadas por Jesús durante los años de su vida pública a distintas personas para invitarlas al seguimiento. Estas llamadas rebosan cariño y ternura. Son el testimonio de quien se sabe enviado por el Padre para cumplir su voluntad y, al mismo tiempo, está convencido de que su misión debe prolongarse en el tiempo por medio de aquellos que estén dispuestos a renunciar a sus proyectos personales para asumir con gozo y esperanza el proyecto del Reino.
Entre estas llamadas, tiene un relieve especial la vocación de Mateo. Él es un publicano, recaudador de impuestos, colaborador del poder romano y, por lo tanto, odiado por los miembros del pueblo judío. Jesús, aunque sabe que su decisión va a provocar el escándalo de los fariseos, mira a Mateo con ojos de ternura y no duda en invitarlo a formar parte del grupo de los Doce. Él, dejándolo todo, se levanta, sigue al Maestro y lo invita a comer en su casa como expresión de comunión y de alegría.
San Beda el Venerable, al comentar el pasaje evangélico de la vocación de Mateo, afirma que Jesús lo miró con amor misericordioso y lo eligió para ser su discípulo: “miserando atque eligendo” (lo miró con misericordia y lo eligió). El papa Francisco confiesa que estas palabras le cautivaron siempre y, por ello, no ha dudado en asumirlas como lema de su escudo episcopal.
Contemplando la respuesta de los apóstoles y de los primeros discípulos, millones de hombres y mujeres, a lo largo de la historia de la Iglesia, respondieron a la llamada del Señor con libertad y generosidad. El santoral es un testimonio fehaciente de niños, jóvenes y adultos que, al escuchar la voz del Maestro, no han dudado en dejar casa, familia y bienes materiales para seguirle e imitarle en la relación con el Padre y con los hermanos.
En nuestros días, todos los miembros del Pueblo de Dios, sacerdotes, consagrados y cristianos laicos, somos llamados y elegidos para vivir el seguimiento del Señor, no por nuestros méritos o cualidades personales, sino por su infinita misericordia. Esta llamada es siempre la invitación a una persona que, de forma consciente o inconsciente, se fía de Él y espera el cumplimiento de sus promesas.
Al contemplar la grandeza y el regalo inmerecido de la vocación cristiana, tendríamos que preguntarnos: ¿Damos gracias a Dios por habernos llamado a ser sus hijos? En los momentos de alejamiento de Dios, de cansancio en la acción pastoral o de rutina en las prácticas religiosas, ¿nos dejamos mirar por el Señor y escuchamos nuevamente su llamada a renovar la vocación para responder con prontitud a la misión confiada?
Como Mateo y tantos santos, todos necesitamos descubrir en cada instante de la vida la mirada misericordiosa de nuestro Dios para acoger su invitación al seguimiento y a la práctica de la misericordia con nuestros semejantes. Quienes nos confesamos seguidores de Jesús hemos de actuar siempre con sus sentimientos de amor, compasión y misericordia en las relaciones con nuestros hermanos, sean creyentes o no.
Los cristianos, en la acción evangelizadora, no podemos limitarnos a anunciar la misericordia de Dios hacía todos sus hijos. Además de decirla, hemos de mostrarla y concretarla, mediante la práctica de las obras de misericordia, en las relaciones sociales, en la actividad laboral y en la convivencia familiar. De este modo, la misericordia será siempre el criterio para saber quiénes son verdaderamente los hijos de Dios y quiénes están dispuestos a vivir como auténticos discípulos misioneros.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara