El lema elegido por las Obras Misionales Pontificias para la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones (Domund), nos invita este año a poner los medios a nuestro alcance para “cambiar el mundo”. Este lema puede provocar en muchas personas una sonrisa burlona; para otras, puede parecer una gran insensatez al constatar el egoísmo y la avaricia con los que actúan tantas personas o instituciones en nuestros días.
Sin embargo, cuando nos paramos a pensar en la labor de la Iglesia y en la agotadora actividad evangelizadora y humanitaria que realizan los misioneros, podemos percibir que sí es posible cambiar el mundo. Los pequeños o grandes gestos de amor que llevan a cabo cada día, impulsados por el Espíritu Santo, son los que cambian el mundo, pues hacen posible la transformación de las personas con las que conviven.
Todos los cristianos podemos y debemos mostrar este amor de Dios a nuestros semejantes. Para ello, es preciso avanzar en la conversión, en el cambio de mente y de corazón. Si nos dejamos atraer por el amor de Dios y le permitimos ser el centro de nuestra vida, podemos vencer el egoísmo, afrontar el individualismo, descubrir las necesidades de los demás y salir a su encuentro para ayudarles a solucionarlas.
Quienes pretendemos recorrer este camino, fundamentados en Cristo, sabemos muy bien que, en medio de las dificultades de cada día, el Señor camina con nosotros, nos lleva de la mano y nos levanta cuando caemos. Él da siempre su gracia a quienes emprenden este camino, que es el camino de los discípulos misioneros. Los que experimentamos el amor de Dios, manifestado en la entrega incondicional de Jesucristo al Padre y a los hermanos, sabemos que la propagación de la fe por medio del amor exige corazones abiertos y dilatados por el Amor.
En este día del Domund, elevemos nuestra acción de gracias al Padre celestial por tantos cristianos, jóvenes y adultos, hombres o mujeres, que arriesgan cada día la propia vida para ofrecer la alegría del Evangelio a sus hermanos en países de misión o en nuestra propia tierra. Oremos especialmente por nuestros misioneros diocesanos, colaboremos con ellos en sus necesidades y miremos al futuro con esperanza.
Las dificultades para la misión son muchas. En ocasiones, éstas tienen su origen en nuestras incongruencias y comodidades a la hora de vivir la fe. Por eso, reconociendo nuestras flaquezas, no tengamos miedo a entregar la propia vida a Dios y al servicio de los hermanos. No pongamos límites a las grandes acciones y concentremos nuestro compromiso en los pequeños gestos de amor de cada día. De este modo, Dios, sirviéndose de nuestra pequeñez, podrá cambiar el mundo.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara