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Carta del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara : Cuarto Domingo de Cuaresma
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Carta del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara : Cuarto Domingo de Cuaresma

miércoles 06 de marzo de 2024, 12:27h

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Queridos hermanos en el Señor: Os deseo gracia y paz.

El 8 y el 9 de marzo hemos celebrado la undécima edición de las “24 horas para el Señor”, con el lema “Caminemos en una vida nueva” (Rm 6,4), para situar el sacramento de la reconciliación en el centro de la vida pastoral de la Iglesia. El día 10 llega el domingo denominado “Laetare”.

Apreciamos la conexión entre ambos acontecimientos en las palabras que escribió el papa Francisco: “la misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta en nosotros cada vez que la experimentamos” (Misericordia et misera, nº 3).

Reflexionar sobre la alegría de la resurrección de Jesucristo nos anima en nuestro itinerario penitencial de Cuaresma. La cercanía de la Pascua nos hace saborear anticipadamente el gozo del encuentro con Cristo Resucitado.

La antífona de entrada del IV Domingo de Cuaresma dice: “Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos todos los que estuvisteis tristes para que exultéis”.

San Pablo escribe a los Efesios: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo -estáis salvados por pura gracia-; nos ha resucitado con Cristo Jesús” (Ef 2,4-6).

Aparentemente, no hay muchos motivos para la alegría. Vivimos rodeados de inquietantes noticias que nos sobrecogen: guerras, violencias, desastres naturales, fragmentación familiar y social, rupturas, desencuentros, rivalidades, tensiones. Una densa oscuridad nos acecha.

No obstante, hay muchas personas que, aunque a oscuras, buscan al Señor y desean encontrar en la Iglesia un gesto de misericordia, un signo de luz y de esperanza, el resquicio de un nuevo amanecer.

San Juan Pablo II había preparado para el 3 de abril de 2005 unas palabras que no pudo pronunciar, pues falleció el día anterior: “A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz”.

Proclamamos en el Evangelio según san Juan: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Hemos nacido para vivir y sentimos ansias de vida plena y eterna. Nuestras debilidades, infidelidades y pecados no son la última palabra. Vivimos la experiencia de la acogida, el perdón y la misericordia en el encuentro con Jesucristo.

Es necesario dirigir la mirada a la Virgen María, “causa de nuestra alegría”, para pedirle que nos ayude a profundizar las razones de nuestra fe, de modo que el pueblo cristiano “se apresure con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales” (Oración colecta, IV Domingo de Cuaresma).

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.

Julián Ruiz Martorell, Obispo de Sigüenza-Guadalajara



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