OPINIÓN

La oscuridad de la fe

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

Miércoles 22 de octubre de 2014
En nuestros días muchas personas han dejado de creer en Dios o viven como si no existiese, porque no han tenido la dicha de conocerlo, porque no están verdaderamente seguros de lo que creen y porque tienen miedo de poner su vida ante la luz de la Palabra para dejarse juzgar por ella. Como decía muy bien el Papa Benedicto XVI, muchos tienen miedo a creer en Dios y a seguirle, porque piensan equivocadamente que puede quitarles algo de lo que ellos consideran importante en sus vidas SIGUE

En algún momento todos podemos dudar de las verdades de la fe, especialmente si pretendemos demostrarlas con los mismos métodos que utiliza nuestra razón para llegar al conocimiento de las cosas materiales. En el camino de la fe, nos encontramos con momentos de gran claridad y de luz intensa, pero también podemos pasar por situaciones de oscuridad, en las que Dios parece haberse ausentado de nuestra vida.

¿Cómo resolver las dudas de fe? ¿Cómo responder a Dios en los momentos de oscuridad?. Si nos fijamos en la vida de los santos, podemos descubrir que ellos resuelven sus dudas de fe reafirmando su confianza en aquel, en quien creen. La verdadera confianza en Dios, como fundamento de la existencia, tiene el poder de disipar las dudas. Aunque aquello que es objeto de fe pueda resultar incomprensible en algún momento, prevalece siempre la confianza en Dios, en su amor y salvación.

En el camino de la fe, a los cristianos nos ocurre algo similar a lo que le sucede al niño en la relación con sus padres. Al igual que el niño se deja llevar por el cariño y la mano segura de sus padres, aunque en ocasiones no entienda sus decisiones, el cristiano debe dejarse conducir por Cristo y por sus enseñanzas. Él mismo nos recuerda en el Evangelio que, si no nos hacemos como niños, es decir desde la confianza y la humildad, no podremos entrar en el Reino de los cielos.

Si esto es así, para afrontar las dudas de fe, tendríamos que revisar nuestra concepción de Dios. ¿En vez de acoger a Dios como el absoluto, como el origen y meta de la existencia, no estaremos considerándolo como un objeto más, al que podemos acudir, si lo necesitamos, y relegar a un segundo plano, si nos conviene? Cuando pretendemos poner la santidad y la omnipotencia de Dios al servicio de nuestros intereses personales y mundanos, estamos jugando con Él y nos engañamos a nosotros mismos. Este Dios, inventado por nosotros, no es el Dios que se ha revelado en Jesucristo.

Los cristianos, si aceptamos como verdadero lo que Dios nos revela, es porque previamente hemos creído en Él y lo hemos acogido en nuestro corazón como el único Salvador. La fe en Dios lleva consigo aceptar su divinidad, su soberanía y, por lo tanto, vivir con el deseo de que se cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo. El verdadero creyente, como hizo Jesús a lo largo de su vida, siempre debe acercarse a Dios, anteponiendo la voluntad del Padre celestial a la propia. Que el Señor aumente nuestra fe para que nos convirtamos de verdad a Él y nos dejemos guiar por sus enseñanzas.

Con mi cordial saludo, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara