GUADALAJARA

Talaris Consulting: trabajar el barro en Naharros, el lugar del mundo donde mejor huele la primavera

Marianne Moester y José María Casas han elegido el pueblecito de Naharros para abrir su empresa, Talaris Consulting

Talaris Consulting, la empresa tiene tres radios de acción : La consultoría en telecomunicaciones, la traducción del holandés, y la alfarería. Curioso, ¿verdad?.

REDACCION | Miércoles 22 de octubre de 2014
Marianne Moester y José María Casas han elegido el pueblecito de Naharros, a la vera de Atienza, para iniciar una nueva etapa de una vida común llena de viajes, algunos incluso por el espacio. Están a punto de terminar de construir allí una casa en la que tiene su sede el nuevo proyecto vital que han emprendido: Talaris Consulting. La empresa tiene tres radios de acción tan distintos como interesantes: La consultoría en telecomunicaciones, la traducción del holandés al castellano y viceversa, ella es intérprete jurado de español, y la alfarería. Curioso, ¿verdad?. Vayamos por partes. SIGUE

José María Casas es hijo de emigrantes de Naharros que se establecieron en Madrid después de la Guerra Civil. “Tuve la suerte de poder estudiar”, recuerda aliviado. Fortuna abonada con grandes dosis de vitalidad y con una agudeza que permea al minuto de conocerle. Se licenció como Ingeniero de Telecomunicaciones en una época en la que no había muchos en España. Standard Eléctrica lo contrató recién terminada la carrera y lo envió a Inglaterra para trabajar en un proyecto internacional. “Viví tres años en Londres. De allí me traje experiencias únicas, y a la mujer de mi vida”, dice mirando a Marianne con un gesto que resume toda una vida.

Tras su estancia en el Reino Unido, la pareja vivió en España, después en Nueva York y más tarde de nuevo en España. Entretanto habían nacido Violeta y Miguel, sus dos hijos. En 1984 surgió una gran oportunidad laboral para José María. Le propusieron trabajar en la Agencia Europea del Espacio (ESA) que tiene su centro de desarrollo tecnológico en Noordwijk (Holanda). Desde entonces, el naharreño oriundo ha dirigido, unas veces desde España y otras desde Holanda, equipos que trabajaron en proyectos de satélites de telecomunicaciones.

Con la creación del sistema de satélites español Hispasat en 1990, José María recibió una oferta para formar parte de su equipo de gestión. Fue subdirector comercial y director de desarrollo de negocios, por lo que la pareja volvió otra vez a España pensando que aquella sería su última mudanza. Pero no fue así, tras unos años “absolutamente ilusionantes” en Hispasat, una mezcla de razones familiares y profesionales impulsaron a Marianne y José María a regresar a Holanda en 1999, una vez más a la ESA, circunstancia que permitió al matrimonio seguir de cerca los estudios de sus hijos en la Universidad. Allí pasaron los siguientes doce años hasta que José María se jubiló en el país de los tulipanes a finales del 2011.

“En la ESA imaginamos, diseñamos y construimos algunos de los satélites más avanzados que operan en la actualidad. He tenido el privilegio de asistir a lanzamientos en Baikonur (Rusia), en Kourou (Guayana francesa) y, también al inicio de la primera misión de Pedro Duque, el astronauta español”, explica. Aquel día de 1998 en Cabo Cañaveral (Florida) se codeó con el agente 007 más famoso de todos los tiempos, Sean Connery, que también asistió al evento, y tuvo la oportunidad de saludar al príncipe Felipe.

Pero no sólo estuvo presente en la puesta de largo espacial de nuestro Duque en los Estados Unidos. Su relación con él empezó mucho antes. En el año 1992, el CDTI (Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial), o sea, el representante oficial de España en la ESA, creó un comité de selección para elegir al candidato nacional a astronauta. Se presentaron 600 personas y a la Agencia había que proponerle solo cinco.
“Formé parte de aquel comité, y también del panel que entrevistó a Pedro Duque”, recuerda José María. Tras múltiples pruebas técnicas y exámenes médicos, quedaron solamente diez candidatos. “Decidimos interpelar a los aspirantes sometiéndolos a situaciones de estrés. A uno de mis colegas se le ocurrió traer un puzle de madera, de estos imposibles de armar al que además quitamos una pieza, para que lo ensamblaran mientras respondían a nuestras preguntas, no todas fáciles de contestar. Algunos ni lo empezaron, otros encajaron un par. Pedro Duque lo terminó en un momento y dijo: falta una pieza. Nos quedamos blancos”, recuerda.

Marianne Moester.-

Marianne Moester es holandesa y, como tal, cosmopolita y políglota. Su visión de nuestro país, y de Naharros, es enriquecedora. “Me emancipé en España cuando me casé con José María. Vivimos en Madrid los años de la transición, un periodo muy interesante de la historia de este país. Me llamaba la atención la ilusión y el optimismo que se palpaba en el ambiente. Por eso me da tanta pena que la generación actual viva justo lo contrario, que sufran como lo hacen. Han sido muy bien educados, pero la crisis les corta las alas. Entonces todo era posible. El horizonte estaba abierto”, dice.

Cuando llegó a Naharros por primera vez, a mediados de los setenta, le pareció un lugar exótico. Recuerda bien una anécdota que explica bien lo que quiere decir. “Tengo dos hermanos muy grandes, de 1,96 metros. La primera vez que visitaron el pueblo, los vecinos sacaban el lápiz para marcar hasta donde llegaba su altura en las puertas de las casas”, recuerda divertida. Desde el otro punto de vista, el pasmo también fue mayúsculo. “Nos sorprendió el ambiente de pueblo que lo invadía todo. Holanda está completamente urbanizada. El hecho de que todo el mundo se conozca, y que se ayuden los unos a otros en cualquier tarea, aporta calidad humana, un bien escaso”, opina.

Hoy, la holandesa está a sus anchas en Naharros, hasta tal punto que la génesis del proyecto allí es, según José María, más una decisión de su esposa que suya. “Marianne, o la Mariana, como la llaman, está absolutamente integrada en el pueblo. Tenemos una relación magnífica con media docena de primos que viven aquí”, y, sin que se de cuenta, a José María, pese a que las personas inteligentes, sobre todo si son de ciencias, no es fácil sacarles la veta sentimental, también le asoma el amor por el terruño describiendo el lugar a un desconocido. “Naharros está en un valle entre montañas, ninguna demasiado elevada. Tiene una primavera preciosa. Entonces los álamos son verdes. En el otoño se vuelven dorados en el camino del arroyo que lleva al río y en el margen del río mismo”, describe.

El Castillar, el Cuento, la Sierra Bajera, la Sierra del Medio y la Cimera, el Otero y la Atalaya, uno a uno descubre los lugares que circundan el caserío generando expectación por conocerlos. “En abril y mayo, el pueblo se llena de flores. Marianne y yo hemos dado la vuelta al mundo, hemos estado en todos los continentes, y puedo decir muy alto que no hemos encontrado nunca un lugar que huela tan bien como aquí lo hace cuando se acaba el invierno”, dice. El paisaje de la Bragadera, descubierto desde el Camino Real, en el que hay cuatro o cinco kilómetros de campo cultivado, con Atienza y su Padrastro al fondo, es “realmente hermoso”.

Para los dos, vivir en Naharros es una vuelta a los orígenes con la que ha salido ganando “nuestra calidad de vida”. Detrás de la casa ponen el huerto que les apega a la estacionalidad de la tierra. “Comemos más sano. Al final te acabas dando cuenta que no se necesita tanto para ser feliz”, dice Marianne. Y claro, para uno de los responsables de que un montón de objetos orbiten por la estratosfera, es “un lujo ver planetas, estrellas o los propios satélites en la noche nítida, sin contaminación acústica o lumínica ninguna”, apostilla José María. Sus dos hijos, también encuentran en Naharros el remanso de paz que necesitan en medio de una vida laboral muy ajetreada en Brasil y Holanda respectivamente.

El barro.-

Cuando conoció a José María en el año 1974, Marianne decidió aprender español aún en Londres. José María la llevaba a clase, y, mientras ella se avezaba en la lengua de Cervantes, para no esperar en balde, empezó un curso de cerámica. “Me encantó”, asegura. Tiempo después se matricularon los dos. De la mano de su peripecia vital, en todos estos años “hemos aprendido el oficio de la alfarería por medio mundo”. En España han recibido clases del magnífico ceramista que es Arcadio Blasco, pero también en los Estados Unidos y en Holanda han conocido y practicado técnicas de manejar el barro.

“En mi país me matriculé en un curso más serio y prolongado, de cuatro años de duración”, explica Marianne. Así que una de las ilusiones de la pareja era abrir su propio taller de cerámica. Acaban de empezar al pie de la Sierra Norte un nuevo capítulo, quizá el más creativo, de sus vidas. Hermosa lección para quien la quiera aprender. ADEL les va a apoyar. La construcción del taller ha costado 83.000 euros, de los que el Grupo de Desarrollo Rural va a aportarles un 35% de la inversión aprobada, es decir, algo más de 24.000 euros.

Según cuentan, el trabajo con el barro es parecido en todos los países y, obviamente, estrechamente ligado a la tierra. Donde hay légamo, allí están los alfareros. Las formas que salen de él se adaptan a las posibilidades del material local y a la interpretación particular de cada pueblo. “La cerámica japonesa es carísima y muy sofisticada. En otros lugares encuentras objetos enormes de alfarería que cuesta mucho trabajo modelar, como por ejemplo en Talavera, a los que el propio artesano no les da la importancia que se merecen”, dice Marianne.

El barro tiene algo mágico. A todo el mundo le gusta, especialmente a los niños. Es un material tan plástico y maleable, que “con experiencia, porque al principio haces lo que quiere él, y no lo que quieres tú -aclara la ceramista-, no hay más límite que el de tu imaginación”. Talaris también tiene la pretensión de transmitir sus conocimientos, añadiendo el idioma a la propuesta artesana. “Nos hemos planteado impartir cursos de cerámica de un día en inglés para todos los públicos”, explican.

En cuanto a las formas, Marianne y José María diferencian dos grandes tendencias según si el ceramista crea los objetos apoyándose en el torno o manualmente. Él es el alfarero clásico. Utiliza la máquina para modelar cuencos, jarras y platos. Ella se ha especializado en la decoración de las piezas y también en las figuras más artísticas. Esculturas, modelos de casas, vasos cuadrados y muchas cosas más salen de sus manos. La pareja trabaja duro cada día. “Tenemos claro que vamos a fabricar series de objetos por temporadas, y también en un par de líneas artísticas que se identifiquen claramente con esta tierra. Será nuestra marca, siempre teniendo en cuenta nuestro gusto por las piezas útiles”, aclara José María.

Los viajes y conocimiento del arte les han influido mucho a la hora de crear. El Louvre y el Museo de Orsay en Paris, el Princessehof en Leeuwarden (Holanda); el Museo de Cerámica de Valencia y la Iglesia de San Baudelio de Berlanga, o la Capilla Sixtina del prerrománico español, como la define el matrimonio, están presentes en sus creaciones.

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