EDITORIAL

El Cairo y Guadalajara

Miércoles 22 de octubre de 2014
Puede parecer extravagante la yuxtaposición, un ejercicio de divagación que roza la tomadura de pelo al lector. Nada más lejos. ¿Qué quieren los egipcios, ellos musulmanes, nosotros cristianos, ellos casi el Tercer Mundo, nosotros el Primero, ellos en los albores del consumismo, nosotros hartos de todo?
Cambiar todo su futuro. ¿Y qué es todo? Empiezan por los políticos que les gobiernan, autárquicos, y poderosos hasta en el cuarto trastero de su casa. Empezamos ya a encontrar un lugar común. Las dos partes somos víctimas de nuestros propios políticos.


Respetando las dimensiones, naturalmente.

Hasta el momento, ninguna fuerza política o ciudadana del país del Nilo ha confesado a quién representa, si es que representan a alguien más que a sí mismos y su frustración, o quién deben ser sus representantes. Acaso será porque ninguna les complace en su totalidad, porque no se fían de nadie a corto plazo, porque todos les parecen personajes de una misma tragedia. Tienen papeles distintos, pero representan las misma obra.

Todos son lo mismo. Idéntica frase la suscribiría el egipcio en la Plaza de la Liberación de El Cairo y nuestro paisano deambulando por la calle Mayor, si le tocan el tema.

Que casi todos los políticos, en el Norte de África o en Castilla-La Mancha, sean aprovechados, mediocres, vulgares y mentirosos no es lo malo. Con eso ya contábamos, a excepción de los que viven del hipócrita montaje, que no son pocos. Lo peor es que nos han vuelto al resto de los ciudadanos mediocres y vulgares. Y aprovechados, si se nos presenta la ocasión.

Qué pena, porque nadie de nosotros hemos nacido así. ¿Dónde están, pues, las diferencias? Es cierto, las hay. Ese lector que pensó al principio que esto es mezclar churras con merinas tiene razón. Los egipcios tienen voluntad y capacidad de rebelión para cambiar su historia y su pasividad. Aquí nos han robado hasta eso.