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La maldición de los Geldof

Revista de Prensa.- El País

Miércoles 22 de octubre de 2014
Se fue antes de tiempo. Igual que su madre. Por eso la muerte de Peaches conmueve tanto. La última foto que Peaches Geldof, una inglesa de 25 años famosa por méritos que solo empezaron a ser propios hace pocos años, subió a su Instagram siempre tuvo un halo de melancolía. SIGUE

Se tomó a mediados de los noventa y en ella se ve a Peaches —presentadora de televisión, columnista sobre asuntos familiares e hija de familia famosa— cuando era pequeña, rubia y regordeta, agarrada a una mujer que tiene su misma cara y su mismo peinado. Ambas tendrían también la misma biografía. Una vida salpicada de relaciones impulsivas con los hombres, matrimonios repentinos y desencantos con sus familias directas. Una en la que las drogas y la maternidad servirían de refugios igual de efectivos. Una ligada por algo tan básico como lo que contaba el pie de foto: “Yo y mi mamá”, decía. Era lunes, 7 de abril, y habían pasado 14 años desde que esa madre, Paula Yates, apareciera muerta por sobredosis de heroína. Y horas después de publicar aquella foto, a las 13.35, hora local en Wrotham, Kent (Reino Unido), la policía entró en la casa que Peaches había construido recreando la de su infancia y comprobó que el círculo se había cerrado. Peaches Honeyblossom Geldof había muerto como su madre: antes de tiempo y dejando huérfana a una progenie demasiado joven.

Por eso mismo, esta muerte ha conmovido a Reino Unido más de lo que le correspondería a una joven modelo que analizaba las tendencias de las alfombras rojas en televisión y que acababa de empezar a escribir sobre maternidad en la revista Mother and Baby. Porque conecta con el pasado. Porque convierte los paralelismos entre madre e hija en una maldición imaginaria. Y Bob Geldof, padre de Peaches y exmarido de Yates, pasa a ser algo más que el sexagenario cantante de los Boomtown Rats, propulsor de la vena solidaria del rock británico antes de Bono y motivo del interés mediático en esta familia. Ahora es el epicentro de esta maldición Geldof. Y todas las muestras de afecto emitidas por familiares y famosos (“era la más salvaje, la más divertida, la más ingeniosa y la más loca de todas”, escribieron sus tres hermanas) tienen un cierto aroma a déjà vu.

No es que Peaches haya muerto por sobredosis de drogas como su madre. No hay una causa definitiva de la muerte; al menos no una que haya revelado la primera autopsia que le ha realizado el equipo de Darent Valley Hospital. Es cómo, vista ahora en perspectiva, la vida de Peaches, parece ser, toda ella, una consecuencia directa de aquella tragedia pública que fue el atormentado —casi mitológico de lo trágico que resultaba— matrimonio de Yates y Geldof en los ochenta.

Bob Geldof fue un chico de familia sin madre (como parece dictar la macabra tradición familiar, esta murió joven, cuando Bob tenía siete años) y casi sin progenitor. Su padre se dedicaba a vender toallas a domicilio y solo pasaba por casa los fines de semana. “Estas circunstancias le hicieron astuto, extrañamente sensible, intenso, complejo y, sobre todo, le llevaron a no confiar en la autoridad”, explica Adrian Deevoy, periodista y amigo suyo de la infancia.

Quizá por eso estaba condenado a acabar entregado al rock and roll. En 1975 montó un grupo, los Boomtown Rats, compuso clásicos como I don’t like Mondays, un fijo de las cadenas de radio los lunes, y se convirtió en una estrella del pop. Luego, seis años después, se distanció del grupo, tuvo una hija con una cantante llamada Paula Yates y se obsesionó por el hambre en África. En 1985 organizó el famoso concierto Live Aid, que reunió a los más grandes de la música inglesa para recaudar fondos para la causa, y en donde pronunció su frase más famosa y determinante: “Dadnos vuestro puto dinero”, le espetó al entregado público. Es difícil retratar más con menos.

“Por aquella época, Paula ya había empezado a tontear con Paul Hutchence”, cuenta Paul Vallely, en referencia al líder del grupo australiano INXS. “Iba a verlo a todos los conciertos, su affaire era algo más o menos público, pero Paula seguía escribiendo libros de autoayuda sobre cómo criar hijos, y hasta 1995 no se divorció de Bob”. La batalla legal que siguió por la custodia de sus hijos fue amarga, pero Bob siempre tuvo a su favor que Hutchence fuera un entusiasta de los narcóticos, cuando no directamente un politoxicómano que arrastró a Yates con él. En 1996 se descubrió que Yates guardaba heroína en un tubo de Skittles (versión inglesa de los Lacasitos) bajo la almohada. En 1997, Hutchence fue hallado muerto en la habitación de su hotel en Sidney; Yates entró en una espiral autodestructiva. En 2000, estaba muerta.

Peaches Geldof tenía 11 años. “El mismo día, nos llevaron a casa de mi padre y fuimos al colegio, porque mi padre era muy de keep calm and carry on [mantenga la calma y continúe]”, contaría en miles de ocasiones. Nunca superaría aquella muerte ni la ausencia de su progenitora. Es más, parecía que estaba condenada a recrearla. En 2006, justo diez años después de la aparición del bote de caramelos con heroína, se publicaron unas fotos de Peaches esnifando algo en una fiesta. En 2008 se filtró un vídeo en el que se la veía comprar droga en una esquina. Ese mismo año se mudó a Los Ángeles, lejos de su padre. Allí fue ingresada repetidas veces por sobredosis de heroína (una de ellas, por parada respiratoria). Se casó impulsivamente en Las Vegas con Max Drummery, un músico del que se divorciaría 156 días después. En 2010 era común verla en bares, borracha, explicándole a quien quisiera escuchar que el tatuaje de margaritas que le recorría de un muslo hasta el pecho era un homenaje a su madre, con la cual recogía margaritas. Ese mismo año, un tal Ben Mills publicó fotos de Peaches desnuda en su cama. Aseguró que acababan de tener relaciones sexuales bajo la influencia de la heroína.

Pero parecía que Peaches vivía la vida de su madre al revés: donde Yates sucumbió a las drogas, Peaches logró superar la adicción. Donde Yates se distanció de sus hijas tras divorciarse impulsivamente para estar con un músico venido a menos, tras Drummers, Peaches se casó con Tom Cohen, también músico, en la misma iglesia donde se había realizado el funeral de su madre. Tuvo con él dos hijos. Se compraron una casa en Kent, donde Peaches se había criado, y un golden retriever, como el que Peaches había tenido de pequeña. En redes sociales, donde era conocida casi principalmente en los últimos años, se definió a sí misma como madre. A Instagram subía fotos de sus dos hijos comiendo puré de patatas o paseando. En Twitter comentaba cómo su día era una batalla continua contra los pañales sucios.

Y, lo que quizá sea más relevante, empezó a perder peso. Dramáticamente. Peaches lo achacaba a que había dejado de comer comida basura. En realidad, se alimentaba de zumos. “Lo que de verdad tenían en común Peaches y Paula era que comían fatal”, recuerda Gerry Agar, agente de Paula y amiga de la familia. “Paula era muy anoréxica hasta que conoció a Paul Hutchence y se quiso lo suficiente a sí misma como para parar”.

Hace unas semanas, Peaches se estrenó como columnista en la revista Mother and Baby. Escribió una única columna. Antes de morir, antes de que los rumores apuntaran a que había recaído en las drogas o que su corazón no pudo con la pérdida de peso, antes de convertir a la saga familiar en una mitología, dejó escrito: “He encontrado el equilibrio perfecto. Ahora mismo la vida es bella. Y ser madre es la mejor parte”.