OPINIÓN

Los Dones del Espíritu

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

REDACCION | Miércoles 22 de octubre de 2014
El Nuevo Testamento señala que los apóstoles, a pesar de los encuentros con el Resucitado, viven atemorizados por las amenazas de los judíos ante el anuncio de su resurrección. Para superar el miedo, para salir al mundo y cumplir el encargo del Señor, deben abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo, que el Padre, por medio de Jesucristo, enviará sobre ellos. SIGUE

El Espíritu Santo es quien regala a los apóstoles los dones de la sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios para anunciar con valentía y audacia, en todo tiempo y lugar, la novedad del Evangelio. El Espíritu, además de recordarles todo lo que Jesús les había enseñado, pone en sus labios la palabra oportuna e infunde en sus corazones el amor para que puedan hablar y dar testimonio de las maravillas de Dios.

Estos mismos dones, que recibieron los apóstoles el día de Pentecostés, el Espíritu Santo los sigue ofreciendo y derramando hoy sobre la Iglesia y sobre cada bautizado, especialmente por medio de los sacramentos del bautismo y de la confirmación, para alentar una nueva etapa evangelizadora “más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa” (EG 261).

Teniendo en cuenta estas enseñanzas del Papa Francisco, todos los cristianos deberíamos preguntarnos si damos cabida al Espíritu Santo en la orientación de nuestra espiritualidad y si pedimos sus dones en la oración para nosotros y para los restantes miembros de la comunidad cristiana. No hemos de olvidar nunca que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia evangelizadora, porque es quien dirige los caminos de la evangelización y nos hace testigos valientes de Cristo y anunciadores de su palabra.

En este sentido, cuando nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, podemos unir en nuestras vidas la oración y el testimonio. Esto quiere decir que, como discípulos y evangelizadores, necesitamos recobrar el espíritu contemplativo. La contemplación del misterio de Dios nos permitirá actuar siempre con la profunda convicción de que somos depositarios de un bien que tiene el poder de transformar la existencia de cada ser humano permitiéndole llevar una vida nueva. Los cristianos tenemos que vivir y actuar siempre con la seguridad de que el Evangelio es el mejor don que podemos ofrecer a los demás, porque es el más grande bien para nosotros mismos.

Pero, por otra parte, los que nos confesamos seguidores de Jesús hemos de tener también muy presente que, para evangelizar a los demás, no bastan las respuestas místicas, sino que es necesario un fuerte compromiso social y misionero. Los discursos y compromisos sociales sin la experiencia de Dios no evangelizan, pero una espiritualidad intimista que no transforma el corazón humano, haciendo posible la entrega de la vida a la misión para mostrar las exigencias de la caridad, tampoco evangeliza. La Iglesia y cada bautizado, para poder evangelizar, necesitamos siempre el pulmón de la oración, pero ésta no puede ser nunca una excusa para dejar de entregar la vida en la misión, para mostrar las exigencias de la caridad y para actuar con la lógica de la encarnación.

La Santísima Virgen, la que se dejó guiar en todo momento por la acción del Espíritu Santo, nos enseña a poner calidez en la búsqueda de la justicia, a reconocer las huellas del Espíritu en los acontecimientos de la vida, a proclamar las maravillas de Dios en cada instante de la vida y a salir con prontitud de nosotros mismos para ayudar a nuestros semejantes, especialmente a los más necesitados.

Con mi sincero afecto, feliz día de Pentecostés.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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