OPINIÓN

La fiesta de los mayos

OPINION

Antonio Herráiz | Miércoles 22 de octubre de 2014
Principiado mayo, Guadalajara se va desperezando poco a poco del letargo del invierno y no hay mejor manera que hacerlo cantando, aunque a mí nunca se me haya dado bien eso de entonar. De hecho, cuando tocaba en el grupo de José Antonio Alonso en alguna ocasión me arranqué –¡osado yo!- a hacer los coros y desde el sincero público me recomendaron que me dedicara exclusivamente a lo del violín, que no lo hacía tan mal como lo del cante. A treinta de abril cumplido, cuando las damas se alegran y los campos también, mayo ha venido y en muchos pueblos de la Alcarria se esfuerzan por afianzar una tradición que han conseguido recuperar con gran acierto. Es el caso de Huetos y Ruguilla, dos localidades del entorno de Cifuentes, donde la noche de los mayos se han convertido en una de las grandes fiestas del calendario.

Guitarras, laúdes, bandurrias y violines acompañan a una nutrida ronda que recorre todos los rincones cantando a la Virgen y a las jóvenes mayas del pueblo. Sin mucho esfuerzo, yo diría que ninguno, Miguel Ángel Utrilla consigue que este año no me mueva de Ruguilla en toda la noche. Las diferentes escenas, evocadoras y majestualmente cuidadas por Luis Sebastián de la Roja, convierten el principiar de mayo en Ruguilla en algo mágico. Desde los versos de Chema Sanz Malo, bajo la atenta mirada de la Virgen de la Soledad desde el interior de su ermita, pasando por el homenaje a los mayores del pueblo y, cómo no, la llegada de la voz de Guadalajara, que no es otra que la de José Antonio Alonso, que consigue traspasar todas las fronteras hasta llegar al Tajo. A esto se suman, también a media madrugada, los violines de Carlos Orea, de Pepe y de Tito, de Oter, y, cómo no, la imprescindible presencia de Edmundo Cabellos, de Cifuentes. El vino de Utrilla, los licores del pueblo y los bollos caseros hacen el resto.

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