Martes 11 de noviembre de 2014
Esta semana otro nuevo título de El Escondite de Natalia : A través del cristal
A través del cristal
La idea le obsesionaba. No dejaba descansar su terca mente.
Cada tarde iba al viejo bar donde le vio por vez primera.
Su intuición femenina le decía en bajito que alguna vez sería suyo. Su caprichoso temperamento le impedía rendirse. Su orgullo de mujer fatal le prohibía olvidarse.
Lo deseaba y cada uno de sus locos sueños de sexo y amor los protagonizaba él, fantasma inexistente y recurrente de su exaltada imaginación.
Esa tarde llovía, y el viento azotaba con fuerza. Los rizos de su pelo se convirtieron en olas rebeldes e indómitas que tapaban su cara preciosa y felina, cuando entró.
Empujó la puerta decidida y apresurada. Sacudió la cabeza con las manos con un gesto femenino y sensual atrayendo todas las miradas.
Se sentó en la esquina de la barra que siempre la acogía, desprendiendo un aroma a madera y cera que ella reconocía agradecida. Suspiró aliviada.
Se quitó la roja gabardina que no había impedido que su fino vestido de seda se empapase mostrando sus voluptuosas curvas, marcando insolentemente sus pezones, sin dejar apenas hueco a la imaginación de cualquiera que la mirara.
Pidió una copa de vino tinto, el de siempre, y rechazó con un gesto los frutos secos que la pusieron. No necesitaba acompañar ni esconder el sabor de su bebida favorita, de ese elixir que la convertía por unos maravillosos momentos, en diosa.
Se lo tomó deprisa y se calentaron todos sus sentidos. Por dentro quemaba aún más.
Unas cosquillas recorrían su vagina, obligándola a frotarse contra el taburete para calmar su ardor. Lo hizo suavemente, bailando al compás de la música que sonaba en el local.
Convirtió cada nota en perfectas caricias.
Su imaginación comenzó a volar hacia él, soñando despierta con follárselo salvajemente.
Solamente le había visto una vez, y sin embargo, era el protagonista de todas sus lujuriosas fantasías.
Pasó otra tarde más sin que apareciera.
La camarera del local, antigua amiga y amante ocasional, aprovechaba cualquier ocasión para rozarla insinuante, pero Malena esa noche rechazó su proposición de sexo entre mujeres, de sexo seguro y consolador que siempre la satisfacía tanto, y volcó todas sus armas de mujer en un hombre maduro, que tomaba una copa en la barra, y no había dejado de mirarla ni un segundo.
Abrió las piernas, subiéndose la falda, dejando que pudiera ver que entre las piernas no llevaba nada más que un aro que atravesaba su clítoris.
Metió el dedo índice en la copa de vino y se lo llevó a la boca para chuparlo sensual y despacio, metiéndolo y sacándolo mientras le regalaba una mirada seductora y fatal.
Consiguió qué se metiera la mano en el bolsillo para calmar su inflamada calentura.
Alivió la falta de espacio, invitándola a las tres copas de vino que Malena había bebido.
La siguió fuera como sigue un perro a una hembra en celo, viendo como contoneaba las caderas provocativamente.
La siguió hasta el coche.
Ella dejó la puerta abierta para que él entrara, mojada por la insistente lluvia y por las ganas.
Se lanzó para devorar sus pechos que olían a vino y sabían a vainilla. Mordió sus pezones como un enajenado, mientras ella gemía llamándole cabrón y pidiendo más.
La metió sin desnudarse. Sacando la polla por la bragueta con cuatro empujones, se fue dentro de ella.
Ella le tiró del pelo insatisfecha, y murmuró unas palabras de desagrado, mientras empujó su cabeza, intentando colocarla entre las piernas, exigiendo un justo pago por haberle regalado un momento de placer.
La camarera miraba a través del cristal. Excitada y caliente, notó su deseo empapando las bragas.
Secó su pantalón mojado frotando con los dedos que luego chupó y olió.
Se emborrachó con su propio flujo. Se embriagó con el intenso olor de sus mismas ganas.
Dejó de importarle todo lo demás y abandonó el bar para juntarse a la fiesta.
Como siempre deseó su coño hasta la locura.
Hipnotizada, dejó todo para irse con ella..
Traviesa, seductora y peligrosa Malena....
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