Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
REDACCION | Martes 13 de enero de 2015
En nuestros días comprobamos con profundo dolor que, en muchos países pobres o en vías de desarrollo, existe una gran inseguridad para el futuro de la población debido a la carencia de alimentos. Con demasiada frecuencia, los medios de comunicación nos recuerdan que la falta de víveres provoca diariamente miles de víctimas entre las poblaciones empobrecidas, porque no se les ayuda a salir de la pobreza o no se les permite sentarse a la mesa de los ricos.
Pero, además de esta realidad de pobreza en muchos países subdesarrollados, en estos momentos tenemos que lamentar la emigración forzada de miles de ciudadanos sirios e iraquíes como consecuencia de la persecución étnica y religiosa. Así mismo, tenemos que constatar la huida de muchos hermanos de Sudán del Sur y de la República del Congo a otros países limítrofes debido a los conflictos bélicos. Estos refugiados, además del sufrimiento por dejar su casa y, en ocasiones, su familia, se arriesgan a un futuro incierto y lo primero que necesitan para iniciar este camino es comida y vestido.
Ante la contemplación de esta realidad de pobreza y marginación, el papa Francisco, tan sensible al clamor y al sufrimiento de los pobres, lanzaba el mes de diciembre de 2013 una campaña, con el lema: “Una sola familia humana, alimentos para todos”. Con esta iniciativa, que tenía una duración de dieciocho meses, se pretendía sensibilizar a los gobiernos e instituciones sociales de todo el mundo para que buscasen respuestas eficaces y duraderas a las dramáticas situaciones de hambre, soledad y pobreza de tantos millones de personas necesitadas.
Pero, sobre todo, esta campaña tiene que ser una invitación a los cristianos y a las personas de buena voluntad para seguir impulsando la fraternidad universal entre todos los seres humanos, buscando soluciones para eliminar las carencias materiales o espirituales de tantos hermanos necesitados. Para la Iglesia el dar de comer al hambriento y de beber al sediento es una obra de misericordia y un imperativo ético que responde a las enseñanzas de Jesús sobre la solidaridad y el compartir (Mat 25).
Ciertamente, es preciso reconocer la cercanía y la ayuda material que los cristianos y muchas personas de buena voluntad hemos prestado a millones de hombres y mujeres durante estos años de crisis. Por medio de Cáritas o de otras instituciones sociales se ha generado una corriente de solidaridad y de fraternidad que permitió aliviar las carencias de muchos hermanos necesitados, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Pero, los cristianos nunca podemos ser conformistas, esperando el fin de la violencia o confiando la solución de los problemas únicamente a las instituciones económicas o políticas. Contemplando el amor y la entrega de Jesús al Padre y a los hermanos, hemos de orar por los necesitados, pedir la conversión de los violentos, vencer la tentación de la desesperanza y seguir colaborando de palabra y de obra a la construcción de la fraternidad y al impulso de la solidaridad entre las personas y las naciones.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
Noticias relacionadas