OPINIÓN

Las parroquias, islas de misericordia

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

REDACCION | Martes 28 de abril de 2015
El papa Francisco, en el mensaje de Cuaresma, afirmaba entre otras cosas que, en nuestros días, muchas personas han caído en la “globalización de la indiferencia”. Al eliminar a Dios del ámbito del pensamiento y al no valorar suficientemente la dignidad de la persona como centro y fundamento de las decisiones personales, bastantes hermanos han asumido un estilo de vida individualista que ofrece respuestas satisfactorias a los propios egoísmos, pero que excluye a los demás del ámbito de sus relaciones.

Este estilo de vida, que se manifiesta en el olvido de los demás y en la incapacidad para escuchar los lamentos de quienes sufren, puede afectarnos a todos. En momentos concretos de la existencia vivimos tan dominados por el subjetivismo cultural y por las ofertas del mercado que los sufrimientos de los hermanos pueden no alterarnos ni conmovernos. “Ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe” (EG 54).

Estas palabras del Santo Padre sobre la “globalización de la indiferencia” deberían ayudarnos a revisar nuestra relación con Dios y con los hermanos. Como seguidores de Jesucristo, tendríamos que preguntarnos si el testimonio de vida del Maestro y sus enseñanzas orientan, iluminan y alimentan nuestra relación con el Padre y con nuestros semejantes o, por el contrario, vivimos tan esclavizados por los ídolos del dinero, del poder y del consumo que hemos perdido ya la capacidad de sufrir con el que sufre y de acompañar a quien experimenta la soledad.

Si somos sinceros con nosotros mismos al examinar las prácticas religiosas, siempre escucharemos la llamada del Señor a reorientar nuestro modo de actuar, teniendo en cuenta sus enseñanzas y comportamientos con los marginados de la sociedad. Solamente cuando abrimos la mente y el corazón a la voluntad de Dios, estamos en condiciones de superar nuestros egoísmos y de vencer la indiferencia ante la contemplación de las miserias y pobrezas de tantos hermanos nuestros.

Ahora bien, como la conversión a Dios, además de ser personal es también comunitaria, hemos de dar los pasos necesarios para que surjan comunidades cristianas, movimientos apostólicos y parroquias que sean verdaderas “islas de misericordia”. Sólo corazones fuertes por la apertura a Dios y a los hermanos podrán resistir los zarpazos de la secularización y tendrán la capacidad de crear en el seno de la Iglesia y de la sociedad actual verdaderos espacios de compasión y misericordia.

La contemplación del crecimiento de la indiferencia y del relativismo no debe desanimarnos. Aunque en ocasiones parezca que nada puede cambiar porque los procesos sociales, culturales y económicos están más allá de nuestro alcance y de nuestras posibilidades, sin embargo, desde una verdadera experiencia creyente, las cosas no son así, pues toda comunidad cristiana, si se deja guiar por el Espíritu, puede superar la indiferencia y la rutina, mostrando así al mundo que es posible vivir de otra manera e irradiar luz en medio de la oscuridad.

La vida cristiana, vivida con verdadero sentido de pertenencia a una comunidad, es el testimonio más elocuente de un grupo de hermanos que, desde la apertura a Dios, está atento a las necesidades de los otros y se preocupa por buscarles solución. La comunidad cristiana, si se deja conducir por el Espíritu, puede ser siempre un signo y un testimonio de la entrañable misericordia de Dios hacia todos los seres humanos.

Con mi bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez Martínez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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