Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
REDACCION | Martes 26 de mayo de 2015
El domingo, 31 de mayo, celebramos en la Iglesia la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
En este día se nos invita a todos los bautizados a contemplar el misterio del amor del Padre, a acoger con total disponibilidad la gracia de Jesucristo y a permanecer en la comunión de las personas divinas por la acción constante y permanente del Espíritu Santo. En esta comunión de vida y de amor trinitario hemos sido injertados por el sacramento del bautismo. Por eso, quienes hemos recibido este sacramento podemos afirmar con toda verdad que en “Dios vivimos, nos movemos y existimos”. La Iglesia ha querido también unir a la celebración del misterio Trinitario, la “Jornada pro Orantibus”, en la que todos somos invitados a descubrir, valorar y agradecer el don de los monjes y de las monjas que, desde el silencio orante de sus monasterios, dedican su tiempo al trabajo, al estudio y a la contemplación del misterio de Dios, pidiendo su paz y la gracia divina para la Iglesia y la sociedad.
San Juan Pablo II, recogiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, afirmaba en la exhortación apostólica “Vita consecrata” que los contemplativos, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la vivencia del amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación del amor de Dios. De este modo nos ofrecen a todos los creyentes un singular testimonio del amor de la Iglesia hacia su Señor y contribuyen, con misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios (VC n. 8).
Mientras peregrinamos por este mundo, acompañados y guiados por la presencia y la acción sanadora del Espíritu Santo, los contemplativos nos recuerdan con su estilo de vida que, como nos decía Santa Teresa de Jesús, “solo Dios basta”. El Señor cuida de cada uno de nosotros y nos introduce en la vida nueva del Espíritu como preanuncio de los bienes definitivos que todos deseamos alcanzar. Por eso, en estos tiempos recios, son más necesarios que nunca “amigos fuertes de Dios para sostener a los flojos”.
Con la confianza y la convicción de que sólo Dios basta, podemos salir de nosotros mismos y acercarnos a tantas personas desorientadas, tristes y desalentadas para ofrecerles el testimonio de nuestra caridad y cercanía. La comunión con Dios en la oración tiene que impulsarnos a compartir los sufrimientos y esperanzas de todos los hombres. Por eso, mirando a los contemplativos, escuchamos la invitación de Dios a entregarle nuestra vida, teniendo siempre presente que Él no se reservó nada para sí. Nos lo ha regalado todo, incluso a su propio Hijo, para enseñarnos que debemos saciar el hambre y la sed de plenitud que habita en cada corazón humano.
Por lo tanto, en la celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, además de dar gracias a Dios por el don de la fe y de la vida monástica para la Iglesia y para el mundo, oremos por la fidelidad de los consagrados a la propia vocación y pidamos que el Espíritu Santo suscite nuevas vocaciones al monacato. Que la experiencia del amor de Dios y la respuesta generosa a sus llamadas nos ayude a todos los bautizados a salir de nosotros mismos para experimentar el gozo y la felicidad de dejarlo todo por Aquel que lo es todo y nos lo ha regalado todo.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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