Es muy común ante un hecho histórico, principalmente si se trata de una catástrofe, recordar dónde, cómo y con quién se encontraba cada uno. Eso es lo que estarán pensando estos días los vecinos de Yebra ante el vigésimo aniversario de una riada que asoló su pueblo y marcó sus vidas para siempre.
Aquel 9 de agosto de 1995 que amanecía soleado, como un típico día de verano, pero que terminaría rodeado por la oscuridad de aquella horrible nube que se llevó consigo diez vidas humanas.
El paso del tiempo ha curado las cicatrices que se ven. Una nueva plaza, las calles de nuevo asfaltadas –tras haber sido arrancadas por el agua–, ni rastro del lodo que entre vecinos, voluntarios y militares retiraron de cada rincón. Y las viviendas, claro, todas rehabilitadas.
Sin embargo, después de tanto tiempo, ese estigma sigue vivo en aquellos que vivieron de cerca la cruel fuerza de la naturaleza. Es algo de lo que, simplemente, ni se quiere hablar en el pueblo, aunque hayan pasado 20 años.
Pero todos recuerdan lo que ocurrió. No han olvidado cómo caían los pájaros de los árboles por el tamaño de las gotas de lluvia. Esa ola formada en las alcarrias que comenzó todo tras romper el muro de Gerardo. Aquel velatorio fatídico que se convirtió en una trampa mortal. Las interminables horas mirando por la ventana de los pisos superiores de las casas, completamente incomunicados, viendo los coches apilarse como si fueran de juguete, esperando que sus seres queridos estuvieran bien. Pasar del horror a la esperanza cuando empezó a bajar el nivel del agua...
Y por supuesto, siempre habrá un eterno recuerdo por las siete personas del pueblo que perdieron su vida: Ascensión de la Torre Cámara, Josefa Barco Jiménez, Matilde Cañizares Fondo, Juan Gallego Barco, Cipriana Sánchez Domínguez, María Jesús Gallego Sánchez y María del Carmen Blanco Domínguez.
Siete, más otros tres que tuvieron la mala suerte de pasar en ese momento por allí. El entonces director de la Central Nuclear de Zorita, Juan Vicente Llinares Climent, y su esposa María Julia Megido Mayor, cuyo coche fue arrastrado por la riada. Y el camionero Jesús García Iniesta, que falleció al volcar el camión que conducía en la carretera de Albares.
Pero la riada no sólo trajo consigo muerte y tragedias, también historias de supervivencia, como la de los chicos que se encontraban en el bar juvenil, que fueron capaces de romper el techo y salir al tejado para salvar sus vidas. O la de Miguel Ángel, que chocó con su coche con una columna, a la que trepó hasta ser rescatado. Por no hablar de Victorio, quien ‘navegó’ con su vehículo hasta encallar en la vega, donde encontró a Amparo, a la que ayudó a llegar hasta un lugar seguro. Incluso, la historia de cómo el agua no afectó en ningún momento a la iglesia, pese a encontrarse en pleno centro del pueblo.
Vidas que estuvieron muy cerca de ser truncadas, pero que 20 años después siguen adelante. Personas que, al igual que sus vecinos, siguen sintiendo un escalofrío cada vez que truena en Yebra, pero que han sabido sobreponerse y seguir adelante.
La riada también dejó su rastro de desolación en la vecina Almoguera, ocho años después de que sus vecinos vivieran una experiencia muy similar. Allí, la providencia, la suerte, o como cada uno lo quiera llamar, permitió que no se tuviera que lamentar ninguna víctima mortal.
Estos dos pueblos alcarreños compartirán para siempre la catástrofe que marcó aquella fecha, pero también tendrán en común aquellas historias que surgieron tras la mala nube. Esas donde la solidaridad entre vecinos, la ayuda entre familias y la colaboración de todo el mundo permitió que se comenzara, poco a poco, a volver a la normalidad.