OPINIÓN

Edifiquemos sobre sólidos cimientos

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

“Ante la contemplación de esta realidad, todos los miembros de la sociedad deberíamos cuidar especialmente la salud integral de nuestros semejantes, preguntándonos si nuestro estilo de vida provoca su exclusión social”

Martes 25 de agosto de 2015
La crisis económica y financiera, que venimos experimentando desde hace algunos años en España y en otros países del mundo, está provocando en muchas personas y en familias completas sufrimiento, desánimo y desesperanza. Todos somos testigos del dolor y del sufrimiento experimentados por algún amigo o familiar que ha perdido su puesto de trabajo o que no ha tenido la dicha de comenzar a trabajar.

Como consecuencia de la falta de trabajo, están surgiendo en nuestros días nuevas formas de pobreza. Además, la crisis económica hace más difícil superar la situación de marginación y, en algunos casos, de exclusión social, en la que actualmente se encuentran bastantes hermanos nuestros. Quienes soportan largos periodos de paro laboral se ven obligados en el mejor de los casos a depender de organizaciones sociales y caritativas para el sustento diario.

Esta dependencia a la hora de buscar soluciones para los problemas de cada día mina la libertad y la creatividad de las personas, así como sus relaciones familiares y sociales. La experiencia nos dice que las secuelas de tipo sociológico y espiritual, con bastante frecuencia, se prolongan en el tiempo, aunque el trabajador tenga la dicha de volver a encontrar un puesto de trabajo estable.

Ante la contemplación de esta realidad, todos los miembros de la sociedad deberíamos cuidar especialmente la salud integral de nuestros semejantes, preguntándonos si nuestro estilo de vida provoca su exclusión social. Pero, de un modo especial, los responsables del gobierno de las naciones, que tienen la obligación de velar por una distribución equitativa y justa de los ingresos económicos y de los aspectos sociales, deberían tener muy presente a la hora de buscar soluciones para estos problemas que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es la persona en su integridad.

En este sentido, el Concilio Vaticano II ya nos recordaba que en la vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. “Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (GS 63).

Si en las decisiones políticas y económicas, así como en las relaciones sociales, pusiéramos verdaderamente a la persona en el centro, resultaría mucho más fácil defender la vida humana en todos sus estadios y no sería difícil encontrar sólidos fundamentos para orientar la salida de la crisis económica.

Cuando se piensa sólo en la recuperación económica y en el crecimiento material, sin tener en cuenta los costes de la misma para las personas concretas, podemos estar asentando toda la recuperación sobre estas arenas movedizas que tarde o temprano volverán a desestabilizar a la persona y a las instituciones.

Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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