Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
Miércoles 09 de diciembre de 2015
El próximo día 25 de diciembre se cumplen los diez años de la firma de la primera Carta Encíclica del papa Benedicto XVI “Dios es amor”. En este documento el Papa emérito nos recuerda que el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida de todo cristiano. La contemplación y la experiencia del amor divino nos ayuda a descubrir y a entender quién es Dios y quiénes somos nosotros.
Las celebraciones del tiempo de Navidad, entre otras cosas, nos invitan a profundizar en el infinito e incomprensible amor de Dios hacia la humanidad. Dios, que siempre ama primero, nos ha mostrado su amor y lo ha hecho visible. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (I Jn 9-10).
Dios, que viene al encuentro del hombre de un modo especial con el nacimiento de Jesucristo, no cesa de hacerse presente de formas distintas en nuestras vidas para recordarnos que nunca estamos solos. Siempre podemos descubrirlo y reconocerlo en su Palabra, en la liturgia y en los hermanos. Mediante la participación consciente y creyente en las celebraciones sacramentales, experimentamos el amor de Dios hacia la humanidad, descubrimos su presencia entre nosotros y, de este modo, aprendemos a reconocer la presencia divina en la vida cotidiana.
A partir de la experiencia del amor de Dios y, contando siempre con su gracia, podemos corresponder a su amor y, desde la comunión con El, podemos también amar a los hermanos, incluso a las personas que no conocemos o que, conociéndolas, no me resultan agradables. La experiencia del amor de Dios nos impulsa a mirar a los hermanos, no sólo con nuestros ojos y sentimientos, sino con la mirada y los sentimientos de Cristo.
Cuando contemplamos la realidad de nuestro mundo, ciertamente descubrimos muchas manifestaciones de amor a Dios y a los hermanos, pero también observamos mucho individualismo, egoísmo, violencia, mentira y búsqueda de los propios intereses. En ocasiones, hasta en la misma familia podemos sentirnos extraños los unos para los otros. La televisión y la utilización de los medios digitales de forma compulsiva nos alejan de los demás y nos impiden escucharlos, conocerlos y dialogar con ellos. Como consecuencia de ello, podemos vivir juntos, bajo un mismo techo, y ser unos desconocidos para nuestros seres queridos.
El tiempo de Navidad nos plantea la necesidad de un cambio de mente y de corazón para redescubrir el amor de Dios. Cuando vemos la vida a la luz de su amor incondicional, descubrimos que hemos de renunciar al hombre viejo, al pecado de egoísmo, de envidia y de pereza, para construir en nosotros el hombre nuevo, dando así tiempo en la vida a la convivencia con los hermanos, a la colaboración con los necesitados y a la solución de los problemas del mundo. El amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, debería impulsarnos a compartir tiempo y bienes con los necesitados, implicándonos con más decisión en la solución de los problemas del pueblo y de la familia.
Para que cambie el mundo y las relaciones sociales, Dios nos envía a su Hijo para compartir nuestra vida en todo menos en el pecado y para mostrarnos su solidaridad. Pidámosle que nos perdone nuestros pecados y que nos ayude a superar el inmovilismo y la apatía en la vida espiritual y en las relaciones con nuestros semejantes.
Con mi sincero afecto, feliz Navidad.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
TEMAS RELACIONADOS:
Noticias relacionadas