Los agalloneros han revivido las tradiciones en torno a esta fiesta de la familia, que surtía de calorías para todo el año a los hombres del campo
REDACCION | Domingo 03 de enero de 2016
Los agalloneros han tenido una feliz salida de año, y lo mismo sucede en estos días con la entrada. El pasado 26 de diciembre, fueron los sones de los villancicos y de los romances de los pastores los que llenaron de música la Navidad de Tamajón, en el Centro Social.
En Nochevieja fueron muchos los que se acercaron hasta la Torre del Reloj para, al son de las campanadas, que salieron de la maquinaria adquirida por el consistorio agallonero en el año 1901, darle la bienvenida al año nuevo. Después, los fuegos artificiales subieron, casi hasta la altura del Ocejón, para recibir como se merecía al 2016.
Para el primer fin de semana del año niño, el Ayuntamiento ha revivido la matanza del cerdo, con la que los agalloneros han recordado “la tradicional fiesta de las familias que siempre fue”, explica Eugenio Esteban, alcalde de Tamajón.
La mañana del sábado, día 2 de enero, comenzaba bien pronto, con el despiece y preparación del cerdo para el resto de los procesos. Después, alternativamente, y con una de aquellas viejas máquinas de la marca ELMA, los agalloneros trituraron la carne, que fueron depositando en gamellas, en este caso de plástico. Una vez pesado el picadillo, para averiguar la proporción exacta de adobo que había que añadirle, niños y mayores amasaban la mezcla con sus manos. El adobo típico de Tamajón lleva vino blanco, orégano, ajo, pimienta negra, sal y pimentón, que en este caso trajeron de la comarca extremeña de La Vera. “Esa es la receta de toda la vida”, resumía Manuel Esteban, uno de los presentes.
Cuando estuvo aderezada por igual en toda su extensión, siguiendo las recomendaciones de los expertos, se hizo una cruz sobre la mezcla, y luego se tapó con un lienzo. En una barbacoa colocada a las puertas del local multiusos donde se han llevado a cabo todas las operaciones, se asaron los somarros, para que los hombres que habían picado la carne, a fuerza de brazo, y las mujeres que habían colaborado con los enseres y lavado de las tripas, repusieran fuerzas, también con buenos tragos de vino de la bota. Al mismo tiempo se adobaron los huesos, espinazo y costillas, con el objeto de celebrar, para el carnaval, una segunda fiesta popular en la que formarán parte del menú, junto al embutido ya curado. Después de la comida, a media tarde, los agalloneros prepararon la cena típica de la primera noche de matanza, una sopa hecha con hígado y comino, papada, morcilla y careta de cerdo.
Esta mañana, la fiesta de la matanza comenzaba con unas gachas, naturalmente hechas con harina de almorta, que los tamajoneros se echaron al coleto, bien acompañadas por un café calentito y por tostadas untadas con manteca del cerdo. Para coger fuerzas para embutir los chorizos, la comida del segundo día de matanza van a ser unas suculentas judías blancas con manitas, carrilladas y morro.
Esta misma tarde se embutirá el chorizo en las tripas. La última tarea del día consistirá en la cuelga de las longanizas para su curación. “Si se dejan más tiempo, es para comer el chorizo crudo; menos, es para comerlo más blando, frito”, recordaba uno de los mayores. Para terminar la fiesta de la matanza, los agalloneros cenaran revuelto de sesos, riñones al jerez y panceta a la brasa.
“El nuevo local multiusos donde lo hemos preparado todo, nos ha venido de maravilla. Por el tamaño de Tamajón y por las condiciones del sitio, resulta ideal para socializar, compartir experiencias, y para que los niños aprendan cómo eras las costumbres y escuchen las viejas historias de los mayores”, decía Francisco Martos, concejal agallonero y uno de los artífices de esta recuperación de la matanza.
Así era la fiesta de la matanza
La matanza del cerdo duraba tres o cuatro días de los inviernos agalloneros en cada familia. En primer lugar, los niños salían al campo a recoger aliagas con las que quemar el vello del cerdo, una vez muerto el animal. Después del ritual de la matanza, propiamente dicho, vecinos y familia, descuartizaban al cochino, y le sacaban las vísceras, aprovechando toda la carne. Las tripas se lavaban en el Arroyo de las Damas, en la chorrera de la Piedra Blanca, que está en la camino de El Vado, o en la misma fuente de la Plaza Mayor, en unas pilas anejas que tenía, en las que el agua caía más caliente. La noche anterior, se había picado la cebolla para hacer las morcillas, y el mismo día se le añadía el resto de los ingredientes para embutirlo todo después con la sangre del guarro.
Primero se cocía el arroz en un caldero. Con el grano ya en su punto, se mezclaba con la cebolla picada y lavada del día anterior, con las especias al gusto y con la sangre en una artesa. Todo se introducía, con un embudo, en la tripa, en este caso correspondiente al intestino grueso del cerdo.
Con el agua bien caliente, se cocían las morcillas, pinchándolas para quitar las burbujas de aire. Ya por la noche, se probaban por primera vez. Cuanto más recientes, más ricas. Era costumbre que los chicos hicieran una zambomba con la vejiga del cerdo.
“Es bonito recuperar estas tradiciones. La costumbre de la matanza se va perdiendo en los pueblos, de manera que las nuevas generaciones desconocemos cuál era la esencia de estas fiestas entrañables”, explicaba ayer Marcos Jurado, el concejal más joven de Tamajón. En el mismo sentido se expresaba Cesar Cabrerizo, munícipe de la localidad Almiruete, que expresó además su deseo de que la iniciativa “tenga más ediciones en el futuro”. El Ayuntamiento de Tamajón ha puesto un precio simbólico a la participación de diez euros por persona.
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