Carta semanal del obispo
Martes 09 de febrero de 2016
Los católicos iniciamos el tiempo cuaresmal con el rito de la imposición de la ceniza. Las celebraciones litúrgicas de este tiempo de gracia nos invitan a emprender un camino de auténtica conversión a Dios y a los hermanos. Se trata de acompañar a Jesús en su subida a Jerusalén para morir con Él al pecado, al egoísmo y a la indiferencia religiosa. De este modo, en la Pascua podremos resucitar con Él a una vida nueva fundamentada en el amor, en el servicio y en la búsqueda sincera de la voluntad del Padre.
Para los creyentes, esta conversión del corazón lleva consigo la búsqueda de Dios, la peregrinación diaria con El y la acogida sincera de las enseñanzas de Jesucristo. En última instancia, la conversión consiste en la aceptación humilde de que no somos creadores de nosotros mismos, sino que dependemos totalmente de Dios y de su poder salvador. Nuestra vida está en Dios, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos.
El papa Francisco, en la bula de convocatoria del Jubileo extraordinario de la Misericordia, ya nos invitaba a avanzar en esta dirección durante el tiempo cuaresmal. Decía el Santo Padre: “La Cuaresma de este Año Jubilar ha de ser vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso de Dios Padre!” (MV 17).
En la mente del Papa está la llamada del evangelista San Marcos a progresar en el camino de la conversión desde la fe en el Evangelio (Cfr. Mc 1, 15). Cuando nos ponemos con sinceridad ante la Palabra de Dios, descubrimos su amor misericordioso y experimentamos la necesidad de dejarnos conducir por Él en cada instante de la vida. Para ello, como todos sabemos muy bien, será preciso que, antes de decirle nosotros muchas cosas a Dios en la oración, estemos dispuestos a escuchar su voz.
A partir de la escucha creyente de la Palabra de Dios, deberíamos examinar nuestra conciencia y nuestros comportamientos para comprobar si verdaderamente permitimos que esa Palabra juzgue nuestra vida. Ante quienes piensan equivocadamente que son ellos mismos los árbitros y los jueces últimos de la vida, de la verdad sobre el hombre y del futuro de la sociedad, la fe en Jesucristo nos invita a confiar en Jesucristo y a dejarnos conducir por sus palabras de vida y salvación. Esto nos obliga a hacer una lectura de nosotros mismos, de nuestros pensamientos y acciones, a partir de los criterios y de las orientaciones del Evangelio.
Para progresar en la vida espiritual, para renovar el seguimiento de Jesucristo y para crecer en la identificación con Él, debemos escucharle y permitirle orientar nuestra mente y nuestro corazón para que no sean nuestros criterios ni los criterios del mundo los que rijan y orienten nuestros comportamientos. Cuando pretendemos compaginar los valores evangélicos con los criterios del mundo, con el paso de los días experimentamos la división interior y la contradicción entre lo que pensamos y hacemos.
Ante la desesperanza, el desánimo y la sensación de soledad que pueden afectarnos a todos en algún momento de la vida, al pensar que estamos solos en la travesía, no perdamos la memoria de lo que Dios ha hecho y hace con nosotros y por nosotros. Para ello, salgamos al desierto, experimentemos el silencio y escuchemos a nuestro Dios que quiere hablarnos al corazón. Acojamos con alegría y fe su voz para que nuestro corazón no se endurezca.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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