Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
Martes 01 de marzo de 2016
La Sagrada Escritura nos dice que Dios nos amó con un amor sin límites y sin esperar nada a cambio. En Cristo, Dios se humilló para compartir nuestra condición humana en todo menos en el pecado. A partir de su resurrección, Jesucristo nos acompaña en el camino de la vida, mediante la acción constante del Espíritu Santo, para compartir nuestros sufrimientos y para mostrarnos la compasión y la ternura del Padre. Todos los cristianos, por el soplo del Espíritu en el sacramento del bautismo, somos injertados en esta vida divina y entramos a formar parte de la familia de los hijos de Dios.
Cuando los hombres descubrimos que estamos llamados a participar y a vivir de este gran amor, manifestado en las palabras y en las obras de Jesús, entonces caemos en la cuenta de que hay Alguien en quien podemos confiar y descansar siempre. Si nos dejamos amar por Dios y nos entregamos sin condiciones a Él, experimentamos que, a pesar de nuestros pecados e infidelidades, nace siempre en lo más profundo del corazón la urgencia de salir de nosotros mismos, venciendo los criterios del mundo, para amar a Dios y a los hermanos como Él nos ama.
Los misioneros, conscientes de que este mensaje ha de llegar a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra, lo han dejado todo para acercarse a quienes no conocen a Cristo o viven alejados de Él. Mediante esta salida en misión, pueden hacerles partícipes del amor de Dios que cura, perdona y salva, dando plenitud de sentido a la existencia humana. Solamente el encuentro con Dios en la oración, en la escucha de su Palabra y en las celebraciones sacramentales puede cicatrizar las heridas del camino y dar una orientación nueva a la existencia humana.
Con la mirada puesta en el testimonio vivo de tantos misioneros, el domingo, día 6 de marzo, celebramos en la Iglesia el Día de Hispanoamérica. Esta jornada, instituida el año 1969, pretende impulsar la colaboración de los católicos españoles con las iglesias más necesitadas del continente americano. En estos momentos, a pesar del descenso de vocaciones en nuestros seminarios y en los noviciados de las congregaciones religiosas, aún son más de nueve mil los misioneros españoles que prestan su colaboración a las iglesias hermanas de América Latina en la evangelización.
En este día, además de dar gracias a Dios por el testimonio de generosidad y entrega de estos misioneros, hemos de pedir para ellos fortaleza y fidelidad en la obra iniciada. Especialmente, hemos de tener un recuerdo agradecido para los hermanas y hermanas nacidos en nuestra diócesis. Ellos, impulsado por la fuerza del Espíritu, salen cada día de sí mismos para compartir sufrimientos y esperanzas, penas y alegrías, con sus hermanos en la fe y para ofrecerles el amor de Dios que sana, purifica el corazón y alienta en medio de las dificultades.
Mientras recorren los caminos polvorientos de la misión, los misioneros, conscientes de que la credibilidad de la Iglesia pasa siempre por el testimonio del amor misericordioso y compasivo de Dios, no cesan de proclamar la Buena Noticia de su salvación y de ofrecer su perdón, invitando al mismo tiempo a restañar las heridas de la convivencia familiar y animando a impregnar de verdad y justicia las relaciones sociales.
Con mi cordial saludo y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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