Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
REDACCION | Miércoles 18 de mayo de 2016
La liturgia de la Solemnidad de la Santísima Trinidad nos introduce de lleno en la centralidad del misterio cristiano. Los cristianos, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad. Por eso, en la contemplación de la vida de la Trinidad está no sólo el origen de todos los dones, sino la fuente de todas las gracias y el misterio inefable de la vida íntima de nuestro Dios.
En este día, con el lema “Contemplad el rostro de la misericordia”, la Iglesia celebra también la “Jornada pro orantibus”. Con esta celebración, todos los miembros de la comunidad eclesial somos invitados a contemplar, valorar y dar gracias a Dios por la vida escondida y por la actividad callada de quienes consagran toda su existencia a la adoración de Dios mediante la oración, el silencio y el trabajo.
Los contemplativos, como nos recuerda San Juan Pablo II, son un motivo de gloria para la Iglesia y una fuente de gracias celestiales. Con su vida, imitan a Cristo orando en el monte y dan testimonio del Señorío de Dios sobre la historia, anticipando así la gloria futura. En el silencio y la soledad, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la vivencia del amor fraterno, la oración y la ascesis, orientan toda su vida a la contemplación de Dios. De este modo, ofrecen a los cristianos y a quienes no lo son un testimonio del “amor de la Iglesia a su Señor y contribuyen, con su misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios” (VC 8).
Este año, en el que celebramos el Jubileo de la Misericordia, podemos descubrir que los monjes y monjas de clausura son verdadera transparencia del amor misericordioso de Dios. Ellos, que experimentan cada día el rostro misericordioso del Padre en la contemplación de la vida y de las obras de Jesucristo, pueden irradiar misericordia a todos los hombres. Es más, con su oración y penitencia, salen sin cesar al encuentro de todas las periferias humanas, pidiéndole al Señor que sane y cure las heridas de aquellos hermanos que experimentan dolor y sufrimiento en su cuerpo o en su espíritu.
En un mundo, como el nuestro, en el que existe tanto olvido de Dios y tanta indiferencia religiosa como consecuencia del secularismo y de la obsesión por la posesión de bienes materiales, los contemplativos son señal y testimonio constante de la presencia de Dios y de su amor a cada ser humano. Con su vida de oración y con su apertura a la trascendencia, ofrecen permanentemente a quienes viven desanimados, tristes y sin esperanza, luz, calor y plenitud de sentido. Sus vidas entregadas y donadas al único Señor de nuestras vidas son un verdadero reclamo para el hombre de todos los tiempos.
En este día, además de valorar el testimonio creyente de los contemplativos en la búsqueda de lo único necesario, demos gracias a Dios por cada uno de ellos, sintamos la llamada a la santidad y pidamos al Padre celestial que les conceda el don del Espíritu Santo para que no cesen nunca de mostrar al mundo el rostro misericordioso de Jesucristo. De este modo, podrán ayudarnos a todos a contemplar con esperanza el futuro de nuestra existencia y a ser misericordiosos como el Padre celestial.
Con la bendición de Dios, feliz celebración de la fiesta de la Santísima Trinidad.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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