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INTERVIU Periodismo gonzo, audaz y de provocación

REDACCION | Miércoles 08 de junio de 2016
Cuando algunos norteamericanos, a comienzos de los 80, vinieron a universidades españolas a contar qué era el Periodismo Gonzo (el reportero es parte de la acción), se encontraron con que eso ya se hacía aquí sin ponerse tan estupendos. La vuelta al mundo en 80 camas, de Luis Cantero, o aquel en el que se veía al periodista paseándose en paños menores por Barcelona, son solo algunos de los ejemplos de "reportaje provocación" que recordamos en el #interviu40. Meterse en 80 camas con chicas de todo el mundo es hoy una astracanada acaso relatable sin demasiadas alharacas en charlas de bar, dado el porcentaje de españoles y españolas que pueden ostentar récords similares en su biografía. Pero hubo un tiempo en que hacerlo, y sobre todo contárselo a las rotativas, era un descaro punible por la vía de los artículos del Código Penal que castigaban el escándalo público. Una foto de febrero de 1978, perteneciente a la historia que, por capítulos, firmó Luis Cantero, aporta uno de los rasgos de lo que la jerga interna de interviú llamaría “reportaje provocación”.





Acababa de arrancar la serie La vuelta al mundo en 80 camas. Al reportero se le ve retozar en el tálamo redondo de un burdel de Río de Janeiro, cabalgado por una garota y flanqueado por otras dos que dan saltitos en el colchón. Su mirada no es de gozo, sino más bien de osadía: inquiere al lector, de español de a pie a español de a pie, si sería capaz de lo mismo.

Era la representación impresa fiel de una fantasía erótica para un público que salía de decenios de represión.A una audiencia que ansía libertad se dirigían y dirigen las gamberradas que comete esta revista, en la que un banquero corrompido o el dueño de un emporio de seguridad privada tienen más posibilidades de aparecer en bañador, o quizá en gayumbos, que con el traje y corbata de las fotos oficiales que distribuye en notas de prensa su gabinete de comunicación.La clave no es solo el erotismo, claro, sino interpelar al lector en el abordaje de la realidad.



Por ejemplo, llevando a una modelo a posar a Perejil, desmitificando la reconquista del islote con viento duro de Levante. O paseando sin ropa por Esplugues (Barcelona) para pedirle a la gente la caridad de vestir al desnudo.

O cruzando un aeropuerto ataviada con el niqab negro de las musulmanas integristas, para indagar en nuestros temores xenófobos. O, en la misma línea, acompañando a un marroquí y a un negro a intentar alquilar piso en Madrid. O comprando el pasaporte de una prostituta rusa como título de propiedad por 120.000 pesetas, para denunciar la trata de esclavas sexuales en la localidad almeriense de El Ejido. Cuando algunos norteamericanos, a comienzos de los ochenta, vinieron a universidades de Madrid y Barcelona a contar qué es el nuevo periodismo o el periodismo gonzo –este, en el que el reportero es parte cuando no motor de la acción que relata–, se encontraron con que eso ya se hacía aquí sin ponerse tan estupendos.



En ese afán de apurar hasta sus límites el oficio y derecho de informar, hay ejercicios de mero divertimento realizados mucho antes de que la televisión se apuntara al juego. Por ejemplo, pasear un ataúd vacío por Madrid.

“El final fue de cine, con los guardias queriendo llevarse el ataúd cargado en la grúa y a nosotros con ellos. La Policía Nacional llamando a sus superiores para ver qué hacían en este caso; quinientas personas opinando a favor y en contra, y el tráfico de la calle Príncipe de Vergara colapsado mientras que un helicóptero sobrevolaba la zona”, escribió José Calabuig en junio de 1981.

El mismo reportero se vistió de jeque meses después, y ofreció dinero en Valladolid, sede de la selección de Kuwait en el Mundial de fútbol del 82. Tuvo que escapar por una escalera de incendios. http://www.interviu.es/

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