Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
Martes 28 de junio de 2016
Hace algunas fechas se publicó en Italia un libro titulado “La Santa Sede y el exterminio de los armenios en el imperio Otomano”. Los autores dicho libro, estableciendo como punto de partida los muchos documentos de la época conservados en los archivos vaticanos, dejan constancia histórica del drama vivido por el pueblo armenio como consecuencia de la persecución religiosa llevada a cabo por el Imperio Otomano contra los cristianos de esta pequeña nación, desde el año 1915 al 1923.
A pesar de la actividad incesante de la Santa Sede y de sus representantes en Constantinopla, no fue posible detener la masacre del millón y medio de cristianos pertenecientes a las distintas confesiones religiosas presentes en el país. Quienes sobrevivieron a las deportaciones y a la muerte recibieron asistencia material y espiritual durante los pontificados de los papas Benedicto XV y Pío XII.
Hace quince años San Juan Pablo II visitó Armenia y firmó una declaración conjunta con el Patriarca Karekin II. En dicha declaración se expresa el propósito de seguir avanzando en la comunión fraterna y en el diálogo ecuménico. Esta historia de amistad y de fraternidad entre la Santa Sede y la Iglesia Armenia tiene ahora su confirmación con el viaje apostólico realizado por el papa Francisco, desde el día 24 al 26 de junio.
Entre los actos religiosos organizados con ocasión de la visita del Santo Padre a esta nación, que abrazó la fe cristiana el año 301, hemos de destacar la oración ante el monumento que recuerda a las víctimas de la matanza del Gran Mal, del genocidio del pueblo armenio. El Papa, visiblemente conmovido, pidió a Dios que nunca más se produzcan tragedias como la vivida por los cristianos armenios y que la humanidad, venciendo el mal con el bien, no olvide nunca lo ocurrido.
La rapidez y celeridad con la que se producen los acontecimientos en nuestros días, pueden llevarnos a todos a olvidar la masacre de Armenia y otras persecuciones contra hermanos inocentes e indefensos acaecidas a lo largo de la historia. Como consecuencia de estos olvidos históricos y de la falta de respeto a la libertad religiosa, millones de cristianos, por el simple hecho de serlo, sufren en nuestros días la persecución, la marginación social, la expulsión de sus países y, en muchos casos, el martirio por permanecer fieles a la fe recibida.
En nuestro país no existe en estos momentos una persecución por motivos religiosos. Pero, incomprensiblemente, sí existe la profanación de algunos lugares de culto y el desprecio hacia los símbolos religiosos cristianos. Sin tener muy claras las motivaciones de estos comportamientos violentos, sí podemos decir que detrás de todo está la falta de respeto a los derechos de los demás y, más concretamente, al derecho de todo ciudadano a practicar la religión que considere oportuno y a vivirla públicamente sin ser coaccionado o marginado por ello.
Ante este tipo de actuaciones, que hieren los sentimientos religiosos de los cristianos y provocan sufrimiento en las personas de paz, todos podemos experimentar la tentación de responder a las provocaciones con comportamientos violentos. Jesús, sin embargo, nos dirá que si queremos ser discípulos suyos, no podemos devolver mal por mal. Al contrario, nos invitará a amar a los enemigos, a hacer el bien a los que nos odian, a bendecir a quienes nos maldicen y a orar por los que nos injurian (Lc 6, 27).
Desde la comunión con Jesús podremos soportar las vejaciones y los sufrimientos sin dejarnos arrastrar por el odio y la venganza. Como nos recuerda el papa Francisco, en un mundo tristemente marcado por las divisiones y los conflictos, se necesitan cristianos que no se dejen abatir por el cansancio y que no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos en todo momento a servir.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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