Miércoles 14 de diciembre de 2016
El mes de diciembre es un mes muy especial en el calendario. A lo largo del mismo celebramos los tiempos litúrgicos del Adviento y de la Navidad, en los que se nos hace una llamada a la conversión y al cambio de vida. En medio de las preocupaciones y actividades de cada día, podríamos preguntarnos: ¿Qué representan para nosotros estas celebraciones? ¿Qué podemos hacer para no quedarnos en las luces de colores, en los árboles navideños y en el consumismo de estas fechas? ¿Cómo podríamos prepararnos espiritualmente para recibir a Jesús que nace para nosotros?
Este tiempo de gracia y de salvación es una buena ocasión para hacer balance de lo vivido y celebrado durante el año y para sumergirnos en el misterio de amor, entrega y servicio de nuestro Dios a la humanidad. El Señor nos brinda la oportunidad de meditar en el “sí” de la Santísima Virgen al anuncio del ángel y nos invita a descubrir que la Palabra, que desde siempre estaba junto al Padre, tomó carne humana en su seno virginal. Así mismo, podemos también admirar durante estos días el “sí” de San José, que dio nombre a Jesús y que se hizo cargo de Él y de María.
Jesús viene al mundo, en el seno de una familia, para compartir nuestra condición humana, para solidarizarse con nuestras debilidades, para perdonar nuestros pecados, para colmarnos de esperanza y para mostrarnos el infinito amor del Padre. Esta gran noticia tendría que llenar de alegría y de consuelo el corazón de todos los hombres y mujeres de la tierra, pues quienes le recibieron en el pasado y quienes lo acogemos en el presente podemos vislumbrar una gran luz que nos orienta en el camino de la vida y que llena de paz nuestro corazón sediento de felicidad y de eternidad.
Sin embargo, los reclamos comerciales y el afán de consumo pueden desviar nuestra atención del acontecimiento central de la Navidad, llevándonos a olvidar el gran misterio que celebramos. Si esto ocurriese, no podremos entender que el ser humano crece como persona y como hijo de Dios en la medida en que, contemplando el don de Jesucristo a la humanidad, permanece abierto a Él y atento a las necesidades de sus semejantes. Por eso, tendríamos que preguntarnos: ¿De qué cosas necesito vaciarme para que Jesús nazca verdaderamente en mi corazón y en el mundo?
Al responder a esta pregunta, deberíamos tener en nuestra mente y en nuestro corazón a los millones de hermanos que, aunque celebren y vivan este acontecimiento salvador en la intimidad de su conciencia, no podrán celebrarlo públicamente. Las guerras, las divisiones y los desplazamientos de población en bastantes países de la tierra, como consecuencia del hambre y de la pobreza, harán imposible que muchos hermanos en la fe puedan celebrar la Navidad.
La comunión y solidaridad con estas personas marginadas y olvidadas nos recuerda que sólo seremos verdaderamente felices durante la Navidad y durante los días del nuevo año sí, además de acoger al Dios que nos ama y nos regala su amor y su salvación con el nacimiento de su Hijo, nos atrevemos a salir de las preocupaciones y problemas de cada día para tocar la carne sufriente de Cristo en tantas personas necesitadas de ayuda, consuelo y compasión. Si actuamos con estos criterios, seremos siempre felices y experimentaremos la paz y la alegría de Dios en el corazón.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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