OPINIÓN

Carta semanal del obispo: “La Epifanía del Señor”

Miércoles 28 de diciembre de 2016
El Evangelio nos presenta a unos magos venidos de Oriente que desean encontrar al Niño Dios. Aunque no conocen las Escrituras Sagradas, se ponen en camino guiados por una estrella luminosa. En el recorrido encuentran momentos de oscuridad y de incertidumbre pues la estrella, en ocasiones, se oculta. A pesar de estas dificultades, no cesan de buscar hasta encontrar al Niño y, después de reconocerlo como el Mesías prometido, se postran ante Él en actitud de adoración y le ofrecen sus dones.

El comportamiento de los magos nos recuerda que en la vida no basta el deseo de encontrar la verdad, de buscar a Dios. Para llegar a la meta, es preciso vencer la comodidad, ponerse en camino, asumir los riesgos del recorrido y superar la indiferencia ante el misterio. Las dificultades del recorrido serán una oportunidad para pararse, vencer las prisas, preguntar a personas experimentadas y valorar sus consejos.

Ciertamente, el camino a recorrer por el hombre en la búsqueda de Dios puede ser fatigoso y difícil. Pero es muy distinto recorrerlo, siguiendo únicamente nuestros criterios o los criterios del mundo, que hacerlo iluminados por la Palabra de Dios y acompañados por el consejo de los hermanos. El testimonio de quienes han recorrido ya el camino nos dice que todos podemos hacerlo. Es más, nos recuerda que, si estamos verdaderamente dispuestos a regalarle nuestra existencia al Señor, podremos experimentar su alegría y su salvación.

En nuestros días constatamos que muchas personas sienten la necesidad de encontrarse con Dios para responder a los interrogantes más hondos de la existencia, pero no se atreven a recorrer el camino o tienen miedo a las dificultades del mismo. Esclavizados por el dios dinero y por la búsqueda de los propios intereses, muchos hermanos están incapacitados para abrirse al misterio y para descubrir que Dios no está lejos de ellos, sino que habita en lo más profundo de su corazón.

Esta incapacidad para buscar a Dios y para descubrir su rostro no sólo afecta a los no creyentes. Muchos bautizados tienen también verdaderas dificultades para descubrir el misterio del amor de Dios, manifestado en Cristo. Siguiendo los criterios culturales del momento, estos hermanos buscan un Dios utilitarista, que dé respuesta a sus proyectos egoístas e individualistas. Este Dios se convierte así en un artículo más de consumo, incapaz de dar respuesta a las aspiraciones más hondas del corazón humano.

Cuando pretendemos domesticar a Dios o nos situamos en su lugar, resulta imposible descubrir, reconocer y adorar al Dios verdadero que se ha hecho carne en las entrañas de la Santísima Virgen y que fue presentado por Ella como el Salvador de la humanidad. Por eso, para reconocer a Dios y prestarle adoración, es preciso asumir que somos pobres criaturas, necesitadas de su amor y de su salvación. El verdadero adorador se postra ante Dios en silencio agradecido y le entrega lo que es y lo que tiene.

Ahora bien, quien reconoce la santidad de Dios no deja de comprometerse en la búsqueda del bien de los demás y de poner los medios para eliminar todo lo que destruye la dignidad y los derechos de la persona. Como los magos, los cristianos hemos de andar el camino para encontrar al Mesías de Dios. Pero, después de adorarle, hemos de regresar con alegría desbordante al encuentro de nuestros semejantes para comunicarles lo que hemos visto y oído sobre el Niño. De este modo, podremos decirles que Dios, a pesar de nuestros olvidos e indiferencias, nos ama y ofrece su salvación.

Con mi sincero afecto y bendición, feliz fiesta de la Epifanía del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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