OPINIÓN

Carta semanal del obispo: “Testigos de la esperanza y de la alegría”

Miércoles 25 de enero de 2017

Los evangelistas señalan que Jesús, al cumplirse los cuarenta días de su nacimiento, es llevado por sus padres al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor, según prescribía la ley mosaica. Esta primera subida al templo quiere decirnos que Jesús, desde niño, comienza a avanzar por el camino de la obediencia, que culminará con su muerte en la cruz. El anciano Simeón y la profetisa Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel niño al Mesías anunciado por los profetas y esperado por el pueblo de Israel.

Con ocasión de esta fiesta de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Los consagrados, acompañados por los restantes miembros de la comunidad cristiana, dan gracias a Dios por su vocación, renuevan su consagración y piden la ayuda divina para permanecer fieles al amor y al querer del Padre celestial. Juntos agradecemos este precioso carisma, suscitado en la Iglesia por el Espíritu Santo para iluminar nuestra peregrinación por este mundo.

Este año, con el lema “Testigos de la esperanza y de la alegría”, tanto los consagrados como los restantes miembros de la comunidad cristiana estamos invitados a repensar las motivaciones últimas de nuestra alegría. Para los seguidores de Jesús, la verdadera alegría nace de la convicción de que, a pesar de nuestra indignidad y de nuestra falta de amor, somos destinatarios de la misericordia infinita de Dios.

La fuente de la alegría cristiana y, por lo tanto, de la vida consagrada radica en la certeza de ser amados por Dios sin condiciones y de ser envueltos en su inagotable ternura. Él nos ama a cada uno con un amor apasionado y fiel, un amor mayor que nuestras infidelidades y pecados, un amor que perdona sin límites, cree sin límites y espera sin límites, un amor que no pasa nunca.

En nuestros días, miles de consagrados y consagradas, cerca o lejos de nosotros, son testigos de esta alegría por su fidelidad a la vocación recibida, por la búsqueda incansable de la voluntad de Dios y por la entrega diaria de sus vidas al servicio de los hermanos, especialmente a los más pobres y necesitados.

Muchos jóvenes y adultos, que viven tristes, desorientados y sin claridad ante el futuro, pueden descubrir la entrañable misericordia de nuestro Dios en el testimonio alegre y esperanzado de los miembros de la Vida Consagrada. Estos hermanos, que por razones diversas viven alejados de Dios, al experimentar la acogida, el amor y la cercanía de sus semejantes, están predispuestos para escuchar la llamada al seguimiento del Señor, dejándose iluminar por la luz de su Palabra.

En medio de las dificultades de la vida y de las oscuridades del camino, la convicción de que Cristo camina con nosotros y de que la muerte ya ha sido vencida por su resurrección tiene que llenarnos a todos de alegría y de esperanza. Es más, tiene que ayudarnos a descubrir que Dios quiere contar con todos los bautizados y, por tanto, con los consagrados para avanzar en la renovación de la Iglesia a partir de la sincera conversión al Señor.

En este día, elevemos nuestra oración al Padre por los religiosos y religiosas de nuestra diócesis y por quienes llevan a cabo su misión en medio de graves dificultades, demos gracias por su testimonio de alegría y colaboremos con ellos para que todos los hombres experimenten en sus vidas la verdadera alegría y la auténtica esperanza que provienen del conocimiento y del seguimiento de Jesucristo.

Con mi bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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