Domingo 18 de junio de 2017
Tal y como prometió Pedro Sánchez al acceder a la secretaría general, el 39º congreso del partido socialista ha alumbrado un nuevo PSOE. Este es el caso en el ámbito organizativo, donde la Comisión Ejecutiva Federal resultante del congreso no refleja, en palabras de sus responsables, un esfuerzo de “integración” entre diferentes ámbitos, sensibilidades y territorios, sino de “eficacia”, es decir, de unidad en torno a su líder. Se trata pues de una ejecutiva hecha a medida de Pedro Sánchez que pone fin al modelo descentralizado e incluyente que tradicionalmente ha inspirado estos procesos en un partido hasta ahora federal en sus esencias y tradiciones organizativas.
Más preocupante resulta, sin embargo, el supuesto giro ideológico adoptado por los socialistas bajo la batuta de su nuevo secretario general, que tiene mucho de retórico y poco de sustantivo. Transcurridos casi 140 años desde su fundación, asombra que se proclame al PSOE como un partido de izquierdas socialdemócrata y, a la vez, se pretenda dicha declaración como una novedad que marca un antes y un después. Convendría que, en aras de la claridad, Sánchez y su equipo precisaran de qué signo ideológico consideran que fueron los Gobiernos de González y Zapatero y qué políticas hicieron durante sus 21 años en la Moncloa (¿de derechas?, ¿neoliberales?) y en qué exactamente pretende distinguirse de ellos. Pero seguramente sería en vano pues esa definición es solo táctica, como todo en este nuevo PSOE, y solo aspira a atraer a los votantes de Podemos.
Igualmente preocupante resulta la confusión en torno a la cuestión territorial, donde el nuevo PSOE quiere a la vez una cosa, la soberanía nacional única e indivisible en manos de la nación española consagrada en el artículo 2 de la Constitución vigente, y su contraria, es decir, el reconocimiento de una plurinacionalidad resultado de la conformación de España como “nación de naciones”. Aquí también, un mínimo rigor llevaría a aceptar que una fórmula así es esencialmente contradictoria. Pero otra vez, las aclaraciones que se ofrecen, que devuelven al PSOE a la propuesta federalista formulada por los socialistas en Granada en 2013, muestran que se trata de otro giro táctico, en este caso dirigido a atraer a los nacionalistas.
Así las cosas, lo único evidente en el nuevo PSOE es que combina una hostilidad visceral al PP, un partido esencial si se quiere reformar la Constitución con garantías de éxito, con continuos guiños a Podemos y los independentistas, cuyo compromiso con la Constitución, bien por razones ideológicas o territoriales, es débil cuando no inexistente.
El nuevo PSOE quiere sembrar entre los votantes de izquierda la esperanza de que es posible desalojar a Rajoy de La Moncloa este mismo otoño. Todo ello pese a que, como se ha visto en la investidura, la negociación presupuestaria y la moción de censura, la aritmética parlamentaria actual no dé para ese empeño. Políticamente, además, es dudoso que un partido tan desdibujado por el tacticismo y la confusión sea capaz de conformar una alternativa viable y a la vez estable al bloque conformado por el PP y Ciudadanos, que la inconsistencia del nuevo PSOE sin duda cimentará al convertirlos en adalidades de la estabilidad.
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