El Escondite de Natalia
Sábado 30 de diciembre de 2017
Y cuando el día se apagaba, las luces de la ciudad se encendían, tenues, misteriosas, sutiles.
Ellos envueltos en sabanas blancas, ignoraban la belleza que el universo generoso regalaba, concentrados en la suavidad de sus pieles, absortos en la sensualidad de la necesidad de amor que ambos tenían. Hipnotizados de caricias, borrachos de besos y muertos de amor.
Sin embargo, algo adulteraba esa quietud. Algo violaba esa calma que parecía inininmutable, incorrompible, quizás hasta absoluta.
Pero nunca nada es lo que parece, porque nunca miramos a través de las ventanas, porque seguramente nos da miedo traspasar nuestros pensamientos, nuestras vidas para adentrarnos en otras, posiblemente más siniestras, más oscuras, menos bondadosas.
Seguían besándose mientras otros sufrían, mientras otros se lamentaban, mientras muchos más lloraban...
Por una intuición repentina, por una innata empatía, apartó las blancas sabanas que de pronto se tornaron ásperas, pegajosas y sucias, Se abrazó a él, con un abrazo desgarrado, con un abrazo sin adornos, desnudando su alma, abandonándose a él, mostrando sus miedos, vistiéndolo con sus lágrimas.
Pero a pesar de lo mullido de su corazón y la dulzura de su cuerpo, no encontró consuelo ni refugio, ni entierro para sus lamentos y temores.
Le dio un beso fugaz pero sincero en la frente.
Le dio un beso de adiós, de despedida y anticipado arrepentimiento por su inevitable olvido.
Y apartando las inmaculadas y blancas sabanas se fue para unirse al verdadero universo, al mundo que se parte por la mitad, entre la felicidad y las desdichas, entre el cielo y el infierno, entre la quietud y el huracán.
Colocó su pistola donde siempre había estado, y su corazón donde debía estar y salió al mundo real, decidida a hacer justicia, por las demás, por sus compañeras, por ellas...
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