En las visitas pastorales a las parroquias de la diócesis, valoro siempre la ingente labor pastoral de los sacerdotes, mis principales colaboradores, en el anuncio de la Palabra de Dios, en la animación de la fe, en la celebración de los sacramentos y en la dinamización de la caridad. Impulsados por el amor de Dios, los presbíteros entregan cada día su tiempo y su vida al servicio de los hermanos que el Señor pone en su camino.
A pesar de esta respuesta generosa de los sacerdotes y de su preocupación por la formación cristiana de niños, jóvenes y adultos, descubrimos que, en estos momentos, son pocos los jóvenes dispuestos a responder a la llamada de Dios y a dedicar sus vidas sin condiciones al servicio de los hermanos. Nos encontramos con jóvenes espléndidos, pero que tienen dificultades para pararse y escuchar con paz la voz del Señor.
Los formadores del Seminario, el equipo de la Delegación de Juventud y los mismos seminaristas no cesan de convocar a niños, adolescentes y jóvenes a distintos encuentros para presentarles a Jesucristo como plenitud de sentido y para acompañarles en sus búsquedas personales. Aunque las respuestas no sean las esperadas, tenemos que dar gracias a Dios por la siembra realizada, con la confianza de que, algún día, el Dueño de la viña hará que germine y produzca frutos abundantes.
La responsabilidad primera en el fomento de las vocaciones corresponde al Obispo y a los sacerdotes, pero no deberíamos olvidar nunca la responsabilidad de toda la comunidad parroquial y de las familias cristianas. Todos podemos proponer la grandeza de la vocación cristiana a los jóvenes y todos hemos de orar para que quienes son llamados por el Señor no tengan miedo a responder para el servicio de su viña.
En algún momento del proceso catequético, habría que ofrecer a los niños y adolescentes la posibilidad de visitar el seminario para que conozcan a los seminaristas y a sus formadores, y para que constaten que hoy es posible responder sin condiciones a la llamada de Dios. Si los jóvenes han de ser apóstoles para los jóvenes, como reza el lema del día del Seminario, es preciso ayudarles a descubrir el gozo del encuentro con Cristo y la alegría de quienes ya han tenido la dicha de dejarse encontrar por Él.
En un mundo que pretende organizarse sin Dios y en el que muchas personas lo rechazan, porque piensan que así serán más libres, es urgente que todos los cristianos salgamos al encuentro de los jóvenes para compartir sus alegrías y sus penas, para descubrir los secretos de su corazón, para invitarlos a despertar de sus sueños y para animarles a salir de sus comodidades.
Al celebrar un año más el día del Seminario, damos gracias a Dios por las personas que nos acompañaron o acompañan en nuestro camino de fe y le pedimos, por intercesión de San José, que cuide a los sacerdotes, ilumine a los seminaristas y anime a quienes son llamados al seguimiento de Jesús, para que respondan con prontitud y generosidad.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara