En nuestros días, nos encontramos con muchas personas que viven inactivas desde el punto de vista laboral porque no encuentran un puesto de trabajo. Otras, por el contrario, tienen tantas actividades y compromisos que les falta tiempo para descansar y para compartir momentos de ocio con la familia o con los amigos.
Como consecuencia de este activismo, la identidad personal y los comportamientos sociales de muchos hermanos están condicionados por las prisas y por las excesivas ocupaciones. De alguna forma, podríamos decir que las muchas actividades diarias impiden a bastantes personas tener otro horizonte para sus vidas que el rendimiento laboral y el mantenimiento del puesto de trabajo.
Cuando esto sucede, deberíamos detener la actividad para escuchar aquellas palabras de Jesús a Marta, cuando se hospeda en su casa. Ella “andaba afanada en los muchos servicios” del hogar y expresa su disgusto al Maestro porque su hermana no colabora en el servicio. Jesús le dirá: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha elegido la parte mejor, y no le será quitada” (Lc 10, 40-42).
Con esta respuesta, Jesús no niega la importancia y necesidad del trabajo. Tampoco reprocha a Marta la actividad, sino la falta de tiempo para reflexionar sobre el sentido de sus acciones. Quiere hacerle ver que, cuando falta tiempo para escuchar y vivir de acuerdo con las indicaciones de la Palabra de Dios, entonces surge el nerviosismo, la excesiva preocupación por lo material y el disgusto con los demás porque no hacen lo que nosotros pensamos que deberían hacer.
En la vida todo tiene importancia relativa ante la Palabra de Dios. El verdadero discípulo de Cristo es el que sabe pararse y hacer silencio para escuchar, acoger y responder en cada instante desde la Palabra. Cuando el discípulo se deja transformar por las indicaciones de Dios, entonces llega a verlo y a juzgarlo todo desde Él, convirtiéndose así en un “contemplativo en la acción”.
Esto quiere decir que en la escucha meditativa de la Palabra deberíamos descubrir no sólo lo que tenemos que hacer, sino cómo hemos de hacerlo. De este modo, llegaremos a la convicción de que, además del trabajo y de las preocupaciones de cada día, en la vida de todo ser humano hay otras cosas que deberían ocupar nuestra atención y nuestro tiempo para llegar a ser lo que realmente somos.
En el silencio meditativo y en el descanso de la actividad no sólo podemos percibir nuestra verdad de criaturas, sino que llegamos a experimentar la presencia cercana y amiga del Señor. Él es la fuente de la que mana nuestra paz y nuestra fortaleza para afrontar con gozo las dificultades y los contratiempos de la existencia.
Con mi bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara