La contemplación de la realidad nos permite descubrir que hoy existen muchas personas buenas, honradas, serviciales, generosas y entregadas incondicionalmente a los demás. Ellos y sus problemas no son el centro de la existencia, sino Dios y los necesitados.
Pero, al mismo tiempo, junto a estas manifestaciones de bondad, también palpamos cada día la realidad del mal. En las relaciones familiares, en los comportamientos laborales y en la convivencia social nos encontramos con guerras, violencia, envidia, odio, enemistades y desprecio de la dignidad de las personas.
Ante la constatación de estos comportamientos violentos e insolidarios, que producen sufrimientos atroces a millones de personas inocentes, algunos dudan de la bondad de Dios. Otros, incluso se atreven a negar su existencia. Unos y otros suelen preguntarse: ¿Cómo es posible que un Dios bueno, con poder infinito, permita estos comportamientos inhumanos? ¿Por qué no interviene Dios con su poder para impedirlos y evitar así el sufrimiento de personas buenas e inocentes?
Para responder a estas objeciones, hemos de remitirnos a los orígenes. Dios, que es amor y sabiduría infinita, decide crear a los hombres buenos, los hace partícipes de su amor y los invita a establecer con sus semejantes relaciones de amor y de fraternidad.
Si este es el plan de Dios al crear al hombre, parece evidente que el ser humano debe tener capacidad de amar y gozar de plena libertad, pues el amor para ser auténtico y verdadero no puede ser impuesto por nadie ni por nada. Al contrario, debe nacer de una decisión libre y responsable de la persona.
Ahora bien, si existe verdadera libertad, el ser humano que es llamado por Dios a vivir y a crecer en el amor, también tiene la posibilidad de rechazarlo y de negarse a amar. El drama del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, consiste precisamente en la posibilidad de rechazar su plan salvador y optar por el mal en vez de hacer el bien. Por eso, Dios, al crear al hombre libre, asume la posibilidad de que éste elija y realice el mal.
Dando un paso más, tendríamos que preguntarnos: ¿Puede hacer algo Dios para evitar que el ser humano realice el mal? La única solución consistiría en quitar la libertad a todos los seres humanos. Esto equivaldría a tratar a cada uno como un robot o como una máquina, haciéndole incapaces de amar, de experimentar su amor y de participar para siempre de la vida divina.
Esta decisión sería posible, pero no sería digna de Dios. Por eso, Él adopta la solución de permitir el mal, pero llamando insistentemente al bien, pues sabe que el amor no se puede imponer por decreto ni a la fuerza. El amor se puede sugerir y mandar como algo bueno, pero no se puede imponer ni obligar a amar. Dios, bueno y sabio, elige siempre esta opción antes de privar al hombre de la libertad, aunque sabe que el mal uso de ésta es siempre el origen y la causa del mal.
Con mi sincero afecto, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara