A continuación se reproduce, por su interés, el editorial que el diario ABC publica este sábado, después de la penúltima "jugada" del socialista Pedro Sánchez.
Sánchez humilla al Estado.
Los árboles no pueden impedir a la opinión pública ver el bosque. En términos simples, la «tournée» de Pedro Sánchez por Barcelona se ha saldado con un triunfo anímico y político innegable de Joaquim Torra. Ha habido claudicación del Gobierno español al sumarse a un comunicado infame que no hace alusión alguna a la Constitución o a la exigencia de cumplir la ley.
En ese comunicado, repleto de eufemismos ilegibles, se diagnostica además un «conflicto» entre dos iguales empleando la misma terminología que en su día utilizaba ETA, y se promete «vehicular una propuesta con amplio apoyo de la ciudadanía catalana», lo que ha dado pie a que el secesionismo interprete la disposición de Sánchez a celebrar un referéndum.
Ha habido cesión política y humillación formal ante el separatismo sin que a estas horas ni un solo español sepa qué concesiones de fondo discutieron Torra y Sánchez. España aún no sabe cuál será el precio a pagar para que Sánchez, el falso presidente de la transparencia, pueda prorrogar la legislatura.
Pretender que los españoles se contenten con los gestos de teórico apaciguamiento y de diálogo es una estafa masiva a todos los ciudadanos, que Sánchez comete con absoluto desprecio a la Constitución. Poco después de la reunión, un socialista como Javier Lambán tildó a Sánchez de «pusilánime». No está mal como argumento sincero para que despierte ese amplio sector del PSOE discrepante de los muchos abusos que Sánchez comete en nombre de ese partido.
Lo relevante no es la protección del orden público en Cataluña, sino la garantía del orden político. Y Sánchez está incurriendo en una alarmante dejación de funciones empleando su poder de modo cuasi-prevaricador. España no está en conflicto con una de sus comunidades autónomas. Más bien es una parte de esa comunidad la que se ha declarado en rebeldía por su odio a España, fracturando Cataluña y causando una inmensa grieta emocional que está empobreciendo a sus ciudadanos.
¿Por qué ha de asumir el Estado que está en conflicto con Cataluña? ¿Y por qué habría de resolver un problema que el Estado no ha creado? Hay un problema político. Sí. Y debe resolverse por vías políticas. Bien. Pero jamás saltándose la legalidad vigente, porque no es permisible y nos vincula a todos los españoles, sin excepción. Porque si eso ocurre, como ha ocurrido, la vía política debe dejar paso a la vía penal. España no puede sentir un complejo de inferioridad institucional respecto a la Generalitat, y mucho menos claudicar mintiendo a la opinión pública sobre el resultado de una conversación que tiene todos los visos de ser infamante.
En su estrategia para sobrevivir a toda costa con solo 84 diputados, Sánchez no solo arrastra al PSOE a un precipicio electoral. Arrastra a todos los españoles, a los que usa como rehenes para alargar al máximo la legislatura. La prueba evidente es cómo permitió, durante la cena del jueves posterior a la cita con Torra, que este reivindicase en su discurso el derecho de autodeterminación una vez más, con Sánchez en silencio.
La desautorización del Gobierno de Sánchez al histórico discurso pronunciado por el Rey hace un año es evidente. También es ofensiva para muchos millones de españoles la rehabilitación moral de la figura de Lluis Companys. Sánchez pertenece a esa estirpe de políticos que quieren dar por superados los consensos del año 1978, que ha vulnerado las normas no escritas accediendo al poder sin ser el candidato más votado, y que forzó una moción de censura con socios chantajistas, antiespañoles y poco recomendables, incumpliendo su propia palabra de convocar elecciones. Ningún Gobierno extranjero posa con Torra ni con Carles Puigdemont.
Nadie en el planeta les concede la atribución o el derecho a constituirse en república separándose de España. Nadie justifica su pisoteo constante del Estado de Derecho y la legalidad española. Y nadie, salvo Sánchez, pone su fuerza a disposición de la eterna campaña de propaganda del separatismo. Que el independentismo esté dividido no es un triunfo del Gobierno. Es, más bien, ese alambicado desprecio que sienten muchos independentistas y nunca puede ser una coartada para que Sánchez exhiba musculatura política. Hay mucho de rendición en todo esto.