Ayer, los botargas salían desde el paraje del Hondo de la Linde, para dar tres vueltas, en sentido contrario a las agujas del reloj -tal y como debieran llegar las borrascas esperadas- al pueblo. En la segunda, recogían a las mascaritas, en la calle Atienza, para, juntos dar la última y esparcir pelusas y buenos augurios al campo y a los centenares de personas que acudieron a presenciar esta fiesta de interés turístico provincial.
Después de comer, algo más pronto ayer de lo habitual, pasadas por poco las dos y media de la tarde, los almiruetentes ultimaban los preparativos del carnaval local, declarado Fiesta de Interés Turístico Provincial.
Se iniciaban así los primeros ritos de una tradición ancestral, que los lugareños recuperaron en 1985, hace ahora 34 años. Entre 1955 y 1964 el carnaval de Almiruete perdió fuelle, hasta dejar de salir desde el campo y por las calles de la localidad en una fecha que siempre había sido especial en el calendario local. El intervalo de 21 años, por largo que fuera, no apagó el respeto ni la admiración que los lugareños sienten, en general por sus tradiciones, y en especial por ésta.
Desde 1985, el ritual, no sólo se ha recuperado, sino que ha sido transmitido, con pureza, a las nuevas generaciones, de manera que los primeros veteranos que lo restituyeron, hoy son los garantes de las costumbres, y se han convertido en profesores de los más pequeños, al tiempo que también se las muestran a los visitantes, intentando trasmitir el respeto con que ellos las viven.
Una de las interpretaciones que le dan los almirueteños a su fiesta de carnaval es que se trata de un aviso sobre la necesidad de despertar del letargo invernal, porque llega la primavera, aunque este año, el invierno y el agua, lamentablemente, estén aún por hacer su aparición en lo que va de 2019. La naturaleza se reinventa y comienzan a prosperar los sembrados, de los que dependen las futuras cosechas. Es necesario que retomar las tareas sobre todo agrícolas, entre otras. Por otro lado, dicen que la fealdad de las máscaras y el ruido de los cencerros ahuyentan los malos espíritus, que podían afectar negativamente el desarrollo de la vida cotidiana de personas y animales. Además, hay quien ve en ello un homenaje al oficio y vida de los pastores. Para quienes han vivido en el pueblo una vida pobre, el carnaval está cargado de sentimiento. Representa la forma de vida de quienes les precedieron, que sus herederos tienen la obligación de preservar con el cariño, respeto y admiración debidos. El alcalde de Tamajón, Eugenio Esteban, valoraba, un año más, “el esfuerzo que hace la gente de Almiruete para mantener esta fiesta, hoy con un día espectacular, con mucha gente en las calles, aunque la pena de estos pueblos sea que en días como hoy se llenan y a diario vivan menos de diez personas”. En este sentido, Esteban aseguraba que, desde el Ayuntamiento y en el marco de las competencias municipales, “seguimos luchando para que la gente vuelva al pueblo” y que fiestas como el Carnaval de Almiruete “hacen que se conozca el pueblo, favoreciendo el turismo rural”.
A las tres de la tarde, y este año en el paraje del Hondo de la Linde –que habían mantenido en secreto hasta ayer mismo- los veinte botargas que desfilaron se juntaron para vestirse. De pies a cabeza, calzan abarcas y calcetines de lana de oveja, hechos a mano en Almiruete. Unas polainas de cuero les cubren las piernas. Por encima, calzón blanco. Ambas prendas se visten encima de un pantalón blanco, que otros años protege del frío. En este, ha hecho sudar por cada pelo una gota a los botargas. Al inicio de la celebración, hacían dieciocho grados en la Sierra Norte. La camisa es blanca, sin adornos. A la altura de los hombros, lleva flecos rojos de unos veinte centímetros de largo. Una rosa roja, de tela, engalana cada hombro. Este año, ha habido que reponerlas en los talleres que se llevan a cabo días antes de la fiesta. El faldón de la camisa se adorna con estos mismos flecos rojos. La careta la diseña cada botarga a su gusto. Suele ser de cartón. En general, los almiruetenses procuran no utilizar plásticos, ni materiales que no estuvieran disponibles en el medio rural de antaño en la confección del disfraz. También puede estar hecha de madera, aprovechando troncos con formas llamativas que luego se pintan de color o se añaden elementos extraños, que causen miedo en la gente. Este año, las había de todas clases, como siempre con gran derroche de imaginación, con panales de colmena, simulando la cabeza de un jabalí o de troncos y helechos. Buena muestra de ellas se puede ver en el Museo de Botargas y Mascaritas de Almiruete, que hay en la plaza del pueblo, en el antiguo Ayuntamiento. Además, este año, se ha acondicionado la parte de arriba con una exposición, ya permanente, de los carteles anunciadores de cada año.
El gorro las botargas es una tiara con un solo pico adelante, que se adorna con flores y papelillos de colores. Después, cuando termina la fiesta, se sustituye por un sombrero de paño negro adornado con una rosa blanca. A la cintura va una sarta de cencerros, cuatro o cinco, de en torno a 20-22 centímetros de largo. No han de rozarse entre ellos. Van sujetos a una cuerda, anudados para que no se desplacen o golpeen cuando las botargas están en marcha. La cuerda se prolonga desde la cintura por un hombro hasta volver a enlazar en la espalda con ella. Igualmente sucede en el otro hombro, de manera que los cencerros quedan fijados a la cintura y a la espalda. Sobre la camisa llevan una faja antigua de lana negra. Puesta sobre el cuello, la mitad de la prenda debe colgar por cada lado. Entonces se trenza dos veces sobre el pecho, y lo mismo se hace sobre la espalda, para que quede en forma de aspa por delante y por detrás. El garrote lo fabrican con tallo de olmo, roble o fresno. En total, la vestimenta pesa más de cinco kilos.
Una vez vestidas, pero aún sin máscara, las botargas bajaron por la Horcajada, donde se pusieron las máscaras, para no ser reconocidas. A la hora convenida, las cuatro de la tarde, Miguel Mata, hacía sonar el cuerno de toro, tan fuerte como pudo.
Cada vez era más audible, hasta que, por fin, entraron en Almiruete por el Camino de la Cerca.
De pies a cabeza, el disfraz de las mascaritas comienza por unas alpargatas con suela de esparto, hechas de lona blanca, y atadas con cordones de este mismo color, común a todas las prendas de la vestimenta. Las medias, a juego, son de algodón o lana. Las mascaritas llevan unos pololos que confeccionan ellas mismas, decorados con puntillas y otros adornos. La enagua que les cubre hasta los pies es igualmente artesanal, con puntilla y volantes. El delantal tiene un gran bolsillo delante, y adornos de claveles, rosas u hojas de hiedra, como la enagua, porque soportan bien las temperaturas, y los malos tratos derivados del roce y ajetreo del día. La blusa tiene volantes y puntilla. Van cubiertas con un mantón sobre los hombros, sujeto al pecho con alfileres. El antifaz es un trapo al que se le abren orificios para ojos, nariz y boca, que cada una decora a capricho, con pájaros, flores o plantas, en este caso pintando de colores la tela inmaculada. El sombrero es de paja, de tipo segador o pamela. Se forra con una tela blanca, a juego con el resto del equipamiento, también con puntilla en todo el perímetro del vuelo, una flor en lo alto del sombrero y un lazo que rodea el copete. Las manos de las mascaritas se recubren con guantes para que ni aun así puedan ser reconocidas.
Así, al filo de las cinco de la tarde, Botargas y mascaritas se eligieron y emparejaron, con la dificultad que entraña reconocerse, porque tanto unos como otras llevan la cara y el resto del cuerpo cubiertos, incluidas las manos, para ya juntos, dar la última vuelta por el mismo recorrido desfilando en dúos. VER DESFILE BOTARGAS Y MASCARITAS JUNTAS.
Igualmente en el último giro, las botargas recogieron las espadañas, que han escondido previamente, mientras que las mascaritas hicieron acopio del confeti de colores que habían recortado y que guardan, igualmente, a buen recaudo. Juntos las esparcieron soplando las pelusas de las espadañas y los papelillos de colores sobre la muchedumbre en la plaza. El aire distribuyó unas y otros caprichosamente, haciendo que se pegaran a la ropa de los centenares de asistentes.
Finalmente, los disfrazados descubrieron sus caras en la plaza, dándole así comienzo a la segunda parte del ritual, que son las carreras tras el botillo de vino. Antiguamente, las botargas subían a la casa consistorial donde adrede se encontraban reunidos los casados y las autoridades municipales. Tras un brindis del alcalde, se intercambiaban algunos tragos de vino y, seguidamente, se lanzaba el botillo de vino por una ventana la plaza. El que lo cogía al vuelo, corría que se las pelaba al campo con él, apurando a la carrera algún sorbo al vuelo hasta que el resto de botargas recuperaban la bota. Esta misma liturgia se mantuvo ayer en el mismo edificio, que hoy es centro social y museo. Hay otros tres personajes más del carnaval, que son el oso, la vaquilla y el domador, que no salen todos los años. Ayer, sí lo hicieron. Y para terminar la fiesta, los almiruetenteses compartieron con los presentes una barbacoa, en la misma plaza, hasta agotar las existencias.
Veteranos y voluntarios del pueblo, apoyados por el Ayuntamiento de Tamajón y por la Guardia Civil, vigilaron por el correcto desarrollo de la tradición, regulado, además, el correcto flujo de tráfico y la ausencia de coches en el casco urbano, para lo que se habilitó una zona de aparcamiento disuasorio. El diputado delegado de turismo, Jesus Parra, estuvo presente en el Carnaval 2019. “Se ha llenado Almiruete. Desde Diputación hemos sacado la convocatoria de Fiestas de Interés Turístico Provincial para que estas fiestas vayan a más, las conozca más gente y las puedan disfrutar más personas”, decía ayer.