La misión evangelizadora de la Iglesia nace de la convicción de que el Padre, por medio de Jesús, nos llama y nos envía hasta los confines de la tierra para ser testigos de la llegada del Reino. Este testimonio presupone conocer los secretos del Reino y descubrir la voluntad del Padre en el silencio de la oración para que sea Él quien oriente nuestra vida, la actividad pastoral y la acción caritativa.
Esto quiere decir que hoy no basta tener fe, sino que es necesario vivir de la fe. Más allá de nuestras realizaciones y proyectos, aunque estos sean muy buenos, el Señor nos invita a vivir con radicalidad la misión, que no es nuestra, sino suya. El mismo que nos llama a vivir en su amistad y a crecer en la fraternidad, es también quien nos envía a comunicar la alegría y la esperanza del Evangelio a nuestros semejantes.
En la escucha de Dios en la oración, podemos descubrir que Él nos ama sin condiciones, sale a nuestro encuentro y camina con nosotros para que actuemos con alegría y generosidad, buscando y cumpliendo siempre su voluntad. El papa Francisco nos dirá que el verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, respira con él y trabaja con él (EG 266).
Esta experiencia hemos de vivirla durante la celebración del Sínodo diocesano. Las respuestas a los cuestionarios, las reuniones de los grupos sinodales y la participación en las restantes actividades no pueden ser el fruto de nuestros gustos y deseos,sino la respuesta consciente y gozosa a la Palabra de Dios. Solo si experimentamos la presencia del Señor entre nosotros y nos dejamos conducir por la luz de su Palabra, podremos emprender nuevos caminos en la misión evangelizadora, compartiendo alegrías y tristezas, sufrimientos y esperanzas con nuestros semejantes.
Muchos hermanos y hermanas, especialmente en los Monasterios de clausura, conscientes de que Dios nos precede siempre con su amor y con su gracia, hace días que están pidiéndole por el fruto espiritual del Sínodo. Pero, esta oración no está reservada a unos pocos; todos los bautizados hemos de orar por el desarrollo del Sínodo. Para caminar juntos, también en la plegaria, hemos publicado una oración que nos ayudará a dirigirnos al Padre con las mismas palabras.
Sin la acogida y la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones, los trabajos sinodales podrían quedarse en fuegos de artificio. Para que esto no suceda, debemos asumir que el Sínodo no es un fin en sí mismo, sino un medio extraordinario que el Señor nos ofrece para la renovación humana, espiritual y pastoral de todos los bautizados.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara