El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que quienes habían acompañado a Jesús durante los años de su vida pública, después de su resurrección se reúnen en oración esperando la venida del Espíritu Santo. Una vez que el Espíritu penetra en su mente y en su corazón, vencen el miedo y reciben la fuerza de lo alto para dar testimonio del amor y de la salvación de Dios hasta los últimos rincones de la tierra.
El mismo Espíritu, enviado sobre los apóstoles el día de Pentecostés, hoy es derramado sobre cada uno de los bautizados para que podamos cumplir con gozo el encargo de Jesús. En nuestros días, millones de hombres y mujeres siguen asumiendo la gozosa misión de anunciar a sus hermanos la alegría del Evangelio en las comunidades parroquiales, en la actividad laboral y en las más variadas situaciones de la vida. Cuando los cristianos, por comodidad o por miedo, nos cerramos sobre nosotros mismos y no salimos al encuentro de los hermanos para decirles, con el testimonio de las palabras y de las obras, que Dios les ama y quiere contar con ellos para mostrar su compasión y su salvación a todos los hombres, estamos retardando el dinamismo misionero de la Iglesia y poniendo trabas a su acción evangelizadora.
La convicción de que el Señor cumple sus promesas y acompaña siempre la misión de los evangelizadores, por medio de la acción del Espíritu Santo, tiene que ayudarnos a renovar el ardor misionero, a superar el miedo ante las dificultades, a vencer el respeto humano y a dejar a un lado la comodidad para remar mar adentro, echar las redes y ofrecer a todos los dones recibidos de nuestro Dios sin mérito alguno por nuestra parte.
Si nos paramos a contemplar la actuación de Jesús y de sus discípulos, vemos que las dificultades, el desprecio o la persecución de quienes piensan de forma distinta no les paralizan. En todo momento, el Espíritu Santo les impulsa a recorrer nuevos caminos y a visitar nuevas ciudades para anunciar el Evangelio del reino, pues viven con la convicción de que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.
El día de Pentecostés, día de la Acción Católica y del apostolado seglar, la Iglesia nos recuerda a todos los bautizados que el Señor nos envía al mundo por la acción del Espíritu Santo para anunciar y dar testimonio de Jesucristo en todos los momentos de la vida. El lema “somos misión”, elegido para la celebración de esta jornada, nos pide que mostremos en todo momento el amor de Dios.
Esto quiere decir que los cristianos no podemos vivir nuestra fe como un peso o como una obligación, sino con espíritu de disponibilidad y gratitud al Padre que, por medio de Jesús, derrama incesantemente sobre nosotros el Espíritu Santo. Sólo desde la total disponibilidad a Dios, podremos vivir y actuar como discípulos misioneros, en actitud de salida, llevando a todos los hermanos y ambientes la alegría del Evangelio.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz fiesta de Pentecostés.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara