Lunes 23 de diciembre de 2019
El día 1 de enero, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, los católicos celebramos también la Jornada Mundial de Oración por la Paz. En el mensaje publicado con esta ocasión, el papa Francisco nos invita a no cerrar los ojos ante el sufrimiento, el desprecio y la violencia que experimentan millones de hermanos en el mundo.
La mayor parte de la humanidad busca y ansía la paz y, sin embargo, convive cada día con la guerra, la violencia y la muerte. Como consecuencia de ello, millones de personas, sin quererlo ni esperarlo, tienen que cargar sobre sus espaldas con la humillación, el desprecio de su dignidad, la falta de libertad y la exclusión social.
Detrás de tanta violencia y desprecio de la vida humana, en la mayor parte de los casos está el abuso de poder, el afán de riquezas y la incapacidad para tolerar al que es diferente o piensa de forma distinta. De este modo, el proyecto de fraternidad querido por Dios para todos sus hijos termina en destrucción, muerte y fratricidio.
Ante la contemplación de esta realidad, no podemos dejar de buscar la paz. Además de apelar con convicción a la conciencia moral de cada ser humano y a la responsabilidad política de quienes ostentan responsabilidades en el gobierno de las naciones, hemos de asumir que la consecución de la paz, más allá de la defensa ciega de las ideologías, exige de todos, hombres y mujeres, la práctica de un diálogo sincero, apoyado en la verdad y en la búsqueda del bien común.
La Iglesia, ante tanto sufrimiento, debe llamar a la conciencia de cada persona, como hicieron en su día los profetas, para que se convierta de sus comportamientos violentos y establezca relaciones de fraternidad con sus hermanos, pues Dios quiere establecer alianza de amor con todos. Esta conversión exige abandonar el deseo de dominar a los demás para comportarse con ellos como personas y hermanos.
Los cristianos, por otra parte, no podemos olvidar que la paz es un don de Dios. Por tanto, además de pedirla confiadamente en la oración, hemos de inculcarla a los niños y jóvenes para que no pierdan la memoria de las situaciones violentas del pasado y, de este modo, no repitan en el futuro los errores cometidos.
Para dar pasos seguros en la construcción de la paz, pongamos siempre nuestra mirada en Jesús, el Príncipe de la Paz. Él vino al mundo para hacer de todos los pueblos de la tierra una sola familia, reconciliando “todas las cosas del cielo y de la tierra, y haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 20).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz año nuevo.
Atilano Rodríguez Martínez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
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