Miércoles 29 de abril de 2020
Comenzamos el mes de mayo, el mes de las flores, el mes de María. La Iglesia nos invita siempre, pero de un modo especial durante este mes, a contemplar a la Santísima Virgen como Madre de Jesús y Madre nuestra. Después de asumir junto a la cruz de su Hijo la misión de ser la Madre de sus discípulos y de toda la humanidad, María nunca se desentiende de los problemas y necesidades de sus hijos.
Otros años, por estas fechas, iniciábamos las peregrinaciones a los distintos santuarios de la diócesis en los que se venera con profunda devoción a la Santísima Virgen, bajo distintos títulos y advocaciones. Con las letanías del santo rosario o con otras jaculatorias, salidas de lo más hondo de nuestro corazón, le pedíamos salud para los enfermos, perdón para los pecadores y consuelo para los afligidos.
Este año, muchos de sus hijos, ya no podrán peregrinar con nosotros como consecuencia de las muertes dolorosas e inesperadas de tantas personas como consecuencia del contagio del coronavirus. Tal vez, en estos primeros momentos, muchos de nosotros tampoco podremos peregrinar al tener que cumplir con las normas dictadas por las autoridades civiles y sanitarias para evitar posibles contagios a nuestros semejantes.
En el momento, en que sea posible restablecer el culto público, si Dios quiere tendremos la oportunidad de peregrinar al encuentro de la Madre a sus santuarios. Entre tanto, no dejemos de invocarla y de pedir su amparo y protección para nosotros y para toda la humanidad desde nuestros hogares, en comunión con toda la Iglesia.
En esta oración, no dejemos de presentar a la Madre con profunda gratitud el testimonio creyente de quienes ya han dejado este mundo, legándonos un profundo
testimonio de amor y devoción a la Santísima Virgen. Algunos, con profunda fe, nos acompañaron desde niños a los santuarios y nos enseñaron a pedirle a la Madre que ruegue por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
María, mujer de la belleza que no se acaba y Madre del corazón abierto por la espada, comprende todas nuestras penas y alienta nuestras esperanzas. Como buena Madre, desde la contemplación del rostro del Padre, Ella camina con nosotros, nos acompaña en las luchas de la vida, nos sostiene en medio de las dificultades y nos muestra a su Hijo como luz para el camino y como esperanza cierta de salvación.
En los santuarios dedicados a la Santísima Virgen podemos percibir que Ella congrega en torno a su persona a tantos hijos que, con grandes sacrificios y cansancios, quieren contemplar su rostro misericordioso o dejarse mirar por Ella. Con dulzura infinita, María nos ofrece la caricia de su consuelo y nos invita a superar nuestros miedos, porque Ella quiere acompañarnos durante la peregrinación hacia la patria celestial.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz mes de María.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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