OPINIÓN

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara : Pentecostes

Miércoles 27 de mayo de 2020
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que la primera comunidad cristiana, después de la ascensión de Jesús al cielo, se reúne asiduamente en Jerusalén para la oración en común, para escuchar la enseñanza de los apóstoles y para celebrar la fracción del pan (Hech 1, 12-14). Como integrante de esta comunidad, formada por los apóstoles y por un grupo de mujeres, está siempre la Santísima Virgen.

La oración, principal actividad de la Iglesia naciente, mantiene unida a la comunidad en la búsqueda de la voluntad divina y en la toma de decisiones. Así se desprende de la elección de aquel que deberá ocupar el lugar de Judas (Hech 1, 25). En este ambiente oracional, los miembros de la comunidad reciben al Espíritu Santo, que infunde en ellos el don del amor, les ayuda a superar los temores y a salir en misión (Mt 28,19).

Desde aquel momento, con la fuerza recibida de lo alto, los discípulos salen a anunciar el amor y la salvación de Dios a todos los pueblos de la tierra en muchas lenguas. El Espíritu Santo, como viento huracanado y como fuego, tiene el poder de sofocar el mal, de purificar los corazones y de encender en el mundo el fuego del amor divino.

Gracias al testimonio de los primeros cristianos y de millones de hombres y mujeres que, a lo largo de la historia, permanecieron atentos al mandato de Jesús y que respondieron a la acción del Espíritu Santo, la fe cristina ha llegado hasta nosotros. Esto quiere decir que, en nuestra oración, siempre hemos de recordar a nuestros padres, abuelos, sacerdotes, profesores y catequistas que, con sus palabras y obras, nos mostraron la alegría del Evangelio y nos invitaron a vivir de acuerdo con sus enseñanzas.

Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, todos hemos experimentado la acción benéfica del Espíritu, que ha hecho de nosotros criaturas nuevas y que nos ha agregado a la comunidad cristiana como miembros vivos de la misma. Por eso, en cada instante de la vida, deberíamos experimentar esta acción constante del Espíritu Santo en nuestros corazones para que podamos pensar y actuar siempre como hijos de Dios.

La celebración del día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, en Pentecostés, nos recuerda que la misión evangelizadora de la Iglesia es responsabilidad de todos los bautizados, de los sacerdotes, de los consagrados y de los cristianos laicos. Por eso, cada uno, de acuerdo con la vocación recibida del Señor, debemos renovar en este día la gozosa misión de ser testigos del Resucitado en todos los ambientes y en las distintas situaciones de la vida.

Invoquemos la especial intercesión de la Santísima Virgen para que Ella, que se dejó conducir en todas sus decisiones por el Espíritu Santo, abra nuestros corazones a su acción fecunda e infunda, especialmente en los jóvenes, la alegría de vivir y de mostrar con obras y palabras a Jesucristo como el único Salvador de la humanidad.

Con mi sincero afecto y bendición, feliz fiesta de Pentecostés.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara




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