Miércoles 16 de septiembre de 2020
El viento y la lluvia golpean con fuerza la ventana y la abren de golpe despertándola cuando choca contra la pared.
Las aspas del ventilador que cuelga del techo se alborotan y enloquecen por la tormenta que arrecia en mitad de la noche.
Las cortinas cobran vida y se asemejan a las figuras fantasmales de sus últimas pesadillas.
Se levanta de la cama. Desperezándose arrastra los pies y el bajo del camisón de seda blanca por la madera del suelo que protesta con un quejido somnoliento por su brusco despertar.
Sale al balcón y deja que la lluvia la empape y que el viento la despeine aún más mientras mira en la noche, más oscura que nunca por culpa de las nubes negras que cubren el cielo repletas de rabia y de agua.
Agua que cae sobre la hierba, ensañándose con ella, que no se conmueve porque escondida bajo la tierra solo asoma un poco, lo suficiente para dejarse acariciar por unos pies descalzos, por un hocico que olfatea algo o por cuerpos desnudos retozando amor y deseo.
La lluvia es inclemente y no se apiada. En lugar de humedecer la hierba, escupe sobre ella sin razón alguna. Pero no se altera.
Lucía ve a lejos dos amantes amándose indiferentes a la tormenta, queriéndose a pesar de sus caprichos. Los observa desde la oscuridad de la noche invadiendo su secreto y su intimidad.
Cierra la ventana tras ella después de que un relámpago azulado la asuste cegándola, iluminando su curiosidad.
Vuelve a la cama con él.
Admira su melena, que en la noche es de un color incierto pero tan bello que hace sucumbir a la almohada sobre la que descansan sus sueños, envueltos en sábanas blancas y secas pero que huelen a hierba recién llovida por esa lluvia que permanece detrás del cristal que como un fiel escudero los
guarda de la tormenta y de sus secretos.
Se desnuda, besa su pelo y se acuesta a su lado calándolo de lluvia y de ganas desatadas de él.
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