Miércoles 23 de septiembre de 2020
El evangelio nos dice que Jesús, recién nacido, tiene que huir a Egipto, acompañado de sus padres, para afrontar la persecución del rey Herodes. Como le sucedió a Jesús, millones de hermanos nuestros, en este momento de la historia, también se ven forzados a abandonar su vivienda, sus tierras y, en ocasiones, su propia familia para encontrar seguridad, alimentos y una convivencia pacífica en otros lugares.
Con la mirada puesta en Jesucristo, el papa Francisco, en el mensaje con ocasión del día de las migraciones que, Dios mediante, tendrá lugar el día 27 de septiembre, centra su mirada en la situación de los 41 millones de personas que, sin salir de sus países ni cruzar las fronteras de otros, se ven obligadas a emigrar por la persecución religiosa, por la falta de alimentos, por los enfrentamientos armados o por las catástrofes naturales.
En estos emigrantes permanece siempre vivo el deseo de volver a su tierra para reunirse nuevamente con su familia y con sus vecinos, pero con frecuencia este propósito no se ve cumplido por razones diversas. Al no poder realizar sus justos propósitos, se ven obligados a permanecer en el exilio, a veces con graves dificultades de convivencia, debido al rechazo y desprecio de sus semejantes durante más tiempo de lo deseado.
Ante esta situación, todas las personas, pero de un modo especial los cristianos no sólo estamos llamados a acogerlos, puesto que en ellos se hace especialmente presente el mismo Cristo, sino que estamos invitados a construir con ellos una verdadera historia de amor. Por eso, además de acompañarlos en la vuelta a su tierra cuando esto sea posible, hemos de estar a su lado mientras permanecen junto a nosotros.
Con el fin de explicar y concretar nuestra actitud ante ellos, el Papa utiliza seis pares de verbos: conocer para comprender, acercarse para servir, escuchar para reconciliarse, compartir para crecer, involucrar para promover y colaborar para construir. Si nos fijamos, estos verbos nos obligan a no cerrarnos sobre nosotros mismos y sobre nuestros intereses, olvidando la dignidad y los derechos pisoteados de tantos hermanos.
La apertura a los hermanos no solo nos ayuda a crecer como personas y como creyentes, sino que nos empuja a salir al encuentro de cada emigrante para conocerlo, comprenderlo y servirlo. La escucha de sus problemas y la búsqueda de soluciones a los mismos es siempre un estímulo para impulsar la reconciliación y para concretar la fraternidad espiritual entre todos los seres humanos, colaborando así a la construcción de un mundo más justo y solidario.
No dejemos de conjugar estos verbos cada día de nuestra vida en las relaciones con nuestros familiares, vecinos y compañeros de trabajo. Abramos también nuestra mente y nuestro corazón para aplicar el significado de estos verbos a los emigrantes que encontramos cada día deambulando por las calles de nuestros pueblos y ciudades.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz jornada de las migraciones.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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