Viernes 02 de octubre de 2020
Querida madre:
Tenías razón. No todo lo que los ojos alcanzan a ver es lo único importante. ¡Y yo que me empeñaba en que la vida entre tanta piedra, entre tanta Historia, no podía por menos que resultar aburrida a la larga…! ¡Qué equivocado estaba!
Llegué a Sigüenza temeroso de que pudiera percibir mi estancia como una tediosa eternidad. Sí, madre, su belleza es indiscutible, no puedo negarla: el castillo apasiona; la catedral impone; las travesañas evocan tiempos lejanos; La Alameda te acoge. Y la Plaza Mayor… Y la casa de El Doncel… Cada uno de sus rincones es testimonio de épocas pasadas a través de verdaderas obras de arte.
Pero durante esos días me di cuenta de que Sigüenza es mucho más que todo eso. Es una ciudad donde se respira vida. Para apreciarla en su totalidad hay que dejarse llevar por todos los sentidos, no solo el de la vista.
¿Por qué no me contaste que, al caminar por sus calles, cualquier preocupación te abandona, que las prisas han sido desterradas, que, además de La Alameda, las aceras están hechas para encontrarse y charlar? ¿Por qué no me dijiste que sus procesiones de Semana Santa o la Virgen de la Mayor invitan al recogimiento? ¿Por qué te olvidaste de hablarme de sus fiestas de San Roque, de sus encierros, del ambiente de las peñas, de la algarabía que produce en los niños la comparsa de Gigantes y Cabezudos?
¿Y por qué no me descubriste los bailes y sonidos centenarios de su Rondalla Seguntina, con esos vuelos de sayas rojas y amarillas al compás de guitarras y bandurrias? ¿Por qué no me explicaste que, cuando no hay una exposición de pintura, puedes disfrutar de un concierto o una tertulia literaria? ¿Cuándo ibas a descubrirme que, en su pinar o en sus paseos, al tiempo le cuesta avanzar aunque el reloj de la catedral se empeñe en marcarlo con sus cuartos?
Y un último reproche: ¿por qué no me revelaste que estar en Sigüenza es vivir más allá del tiempo, del pasado y del presente?
Javier Oliva.
Escritor
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