Miércoles 18 de noviembre de 2020
Lo echa de menos esa noche cuando se despierta de forma repentina, como si la soledad hubiera susurrado en su oído su nombre.
Desde la cama puede ver como la niebla invade la noche, permitiendo que el cielo alcance el suelo, envolviendo la oscuridad con la luz macilenta de las farolas, que, apenas rendidas ante ella, siguen iluminando su desvelo sin descanso hasta el retorno irremediable del alba.
La tiniebla no se deja vencer, a pesar de todo, y envuelve la bruma con un abrazo acaparador como el suyo cuando se tumba sobre ella sin permitir que corra el aire entre ellos y la llena de besos mientras ella ríe.
Solo el cristal de la ventana, salpicado de gotas de tímida lluvia, protege su femenino desamparo, su femenina necesidad de escuchar ese respirar ronco mientras duerme y ella lo vela en su insomnio.
Imagina su pelo cubriendo la almohada, ahora vacía, mojada de sueños inquietos, húmeda de soledades sin él.
Tras el cristal, la noche está quieta, como si el tiempo se hubiese parado y quisiese escuchar en el silencio sus pensamientos para atraparlos y arrastrarlos hasta el infinito del olvido.
Siente envidia de los árboles acariciados por la niebla que se colorea de rosa por la luz de las persistentes farolas.
No espera a que llegue el amanecer y sale para poder respirar la bruma antes de que se marche.
Bien sabe que todo se marcha.
El frío del otoño golpea su cara mientras camina.
Ella sigue sus pasos como la sigue siempre, sin importar la hora; tal vez para ella el reloj también se paró cuando él se fue. Se agacha para besar su pelo duro y áspero. Le reconforta su olor.
Ladra de vez en cuando a algo que solo ella puede oír, pero el ladrido se ahoga en la neblina, perdiéndose.
Quizás es él, que ha bajado desde el firmamento oculto en la espesura de la noche, invisible a la vista. Le sonríe. Puede sentir el roce de su mano en su melena ya pintada de blanco.
El viento suena suave, como un plañido que proviene del cielo.
Caminan los tres adentrándose en la frondosidad de la oscuridad.
Caminan sin rumbo, penetrando en el misterio de lo intemporal, en la magia de la eternidad.
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