Martes 01 de diciembre de 2020
La pandemia que padecemos en todo el mundo por la transmisión de la Covid-19 está provocando en muchas personas desconcierto, desánimo, angustia y miedo. Además, en aquellos casos en los que tiene lugar la enfermedad o la muerte de algún ser querido a causa de la infección, el dolor y el sufrimiento por su pérdida se apoderan de nosotros.
En medio de esta realidad tan desconcertante, el tiempo litúrgico del Adviento nos invita insistentemente a renovar la esperanza porque, con el nacimiento de Jesucristo, se acerca nuestra salvación. “La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (FT 55).
Ahora bien, para renovar la esperanza, que es siempre un don de Dios, hemos de pararnos, hacer silencio y dejar que el Espíritu Santo nos purifique interiormente. La contemplación del rostro misericordioso del Padre, que nos regala a su Hijo amado para liberarnos de nuestros pecados, nos ayudará a descubrir las incongruencias de nuestra fe, a mirar a los hermanos con ojos nuevos y a poner a Jesús en el centro de la vida.
No podemos dejar que esta etapa de nuestra existencia se vaya consumiendo sin levantar la mirada del corazón a Dios para convencernos de la necesidad de convertirnos a Él y a nuestros semejantes. Solamente las personas que se fían verdaderamente de Dios pueden acoger al Verbo, que se hace carne, para compartir su vida con nosotros, curar nuestras heridas y sanar nuestras dolencias.
Aprovechemos esta oportunidad que nos brinda el tiempo de Adviento para escuchar y meditar la Palabra de Dios. Abramos la mente y el corazón al Señor Jesús que llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón para que le dejemos entrar. Acojamos su vida y su amor en lo más profundo de nuestro ser para que así pueda fortalecer las rodillas vacilantes y levantar la esperanza caída.
En la oración de cada día, hablamos a Dios, le damos gracias por sus dones y pedimos su ayuda para afrontar las tristezas y las angustias del momento, pero puede suceder que, en ocasiones, cerremos el oído a sus palabras de vida para no responder a sus deseos. Si esto sucediese, inconscientemente, estaríamos utilizando a Dios, pretendiendo que actuase según nuestros criterios y olvidando que somos nosotros los que hemos de pensar y actuar según sus enseñanzas.
María, la mujer del Adviento, es modelo de esperanza y fidelidad a la voluntad del Padre. Con su respuesta incondicional a las propuestas del ángel enviado por Dios, nos enseña a acoger la Palabra divina y a ponerla en práctica para se cumpla en nosotros.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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