Miércoles 09 de diciembre de 2020
La calle recién despierta padece sus pisadas apresuradas.
Corre, acechada por el viento que sopla a su espalda.
Cree oír su voz escondida en su ulular, oculta tras el sonido de sus pisadas sobre los charcos olvidados de una lluvia nocturna intempestiva por inútil.
Huye de él también, sus palabras hirientes aún golpean su cabeza sin piedad, martilleando sus sienes y provocando una náusea que desde la boca del estómago sube como lava ardiente hasta su garganta, que gime sin que ella lo pretenda.
Se despereza la noche, hasta ese momento solitaria, confinada, aletargada, y un coche con restos de helada en sus cristales recorre sus calles.
Figuras anónimas cumplen promesas baldías de ejercitarse y corren sin un porqué ni un adonde.
El viento siempre es más raudo.
La alcanza.
Tira de su melena hacia arriba con fuerza, desordenándola. Le da una apariencia leonina, falsa, contraria a su alma inocente y asustadiza.
Juega con su falda plisada, intentando arrebatársela, dejando entrever, incluso ver, sus piernas demasiado flacas para luchar contra él.
Otoñales hojas secas danzan a sus pies a merced del viento, también.
Se rinden alegremente, derrengadas desde que cayeron del árbol por añejas y por otra tormenta llamada Dora, demasiado benévola para destruirlas.
No se contagia de su alegría despreocupada y apresura su trotar sintiendo su aliento cada vez más cerca, presintiendo sus siniestradas intenciones.
La puerta de la ermita se queja, recién despierta también, poco acostumbrada a madrugar.
La empuja, con una fuerza inusual en ella, regalada por el miedo.
Corre hasta el altar. Perseguida. Lo sabe sin necesidad de mirar atrás.
Las velas encendidas de súplicas y oraciones se apagan de golpe.
El crucifijo protagonista del templo, cae, partiéndose en dos al chocar contra el mármol implacable del suelo.
Una tempestad se crea inexplicablemente en el agua escasa de la pila. No existen barcos pirata que la combatan.
Los colmillos temidos se clavan en su cuello.
Flaquean sus piernas, demasiado delgadas para luchar.
Le mira a los ojos, fríos, agujeros negros de perdición.
El rosario de su madre se enreda en sus dedos, que incapaz de protegerla, se aferra a su alma, lo único valioso que queda de ella.
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