Miércoles 17 de febrero de 2021
A ella le hacen falta tres copas de vino y dos letanías para que en el momento de cerrar los ojos no le pese la mochila que carga su alma, ni le desgarren las soledades de esposa de navegante embarcado desde hace muchos meses, ni luche contra el miedo por dejarse arrastrar inconsciente hasta los brazos inciertos de algún Morfeo.
A las tres en punto de la madrugada, con una puntualidad mágica, se despierta súbitamente con la garganta seca y con un nudo que le ocupa la boca del estómago atándola irremediablemente a la noche de su ausencia.
Piensa en sus besos mojados, en como le acaricia el pelo recorriéndolo de arriba a abajo despacio, en la forma tímida y temblorosa de tocar su cuerpo sin desnudarla, dejándose llevar por ella cuando baila bajo la luz de cualquier luna, con cualquier loca excusa para hacer un brindis al sol aunque brille por su ausencia y se esconda tras la oscuridad de la noche avanzada y de sus párpados cerrados.
El agua del vaso ya está tibia y llena de burbujas diminutas por el abandono, quizás por eso no alivia la comezón que provoca su falta, la resaca de esa noche solitaria, la sed inagotable del tacto de sus dedos inexplicablemente largos, indescriptiblemente suaves.
Atrapa el libro abandonado en una página que no recuerda haber leído y da marcha atrás unos cuantos renglones hasta que encuentra sentido a la narrativa, pero no es capaz de concentrarse. Fuera persiste la maravillosa oscuridad de la noche, maravillosa aunque traiga de vuelta a su cabeza todos los fantasmas del pasado, todos los miedos de su presente y las incertidumbres del futuro que cuando sucede se convierte en lo ya acontecido, cual circulo vicioso que empieza pero nunca acaba.
Él...marinero de agua salada que ya ha conocido a su sirena de largas piernas, comparte cubierta con otros tantos hombres de voz áspera, brazos tatuados , manos grandes y callosas.
El viento arrecia y la embarcación se tambalea expuesta a una vez más a la tempestad que esta vez es mucho más temible que la anterior por la densidad de la oscuridad de esa noche de luna menguada y por lo lejano del amanecer y de tierra a la vista, tierra que ni siquiera el catalejo más perfecto lograría alcanzar, existiendo solo como una quimera en mitad de un océano inacabable.
El mar temible, acaparador de todos los protagonismos, le impide pensar en ella, borrando con bandazos impetuosos el recuerdo de su cuerpo desnudo sentado a horcajadas sobre él, con su mirada petrificando la suya, con su melena roja y ondulada capaz de suscitar envidia al propio infierno si fuera capaz de verla, moviendo sus caderas con más furia que el océano cuando sacude las olas las noches que se envalentona.
Su respiración se agita, sin embargo el aire solidificado por su ansiedad se empeña en no entrar en sus pulmones, una tempestad se desata en su bajo vientre mientras piensa en él y abandona el libro en la misma página desahuciándola otra vez.
Ya son las seis y los pájaros que cantan para anunciar el alba ya han llegado hasta el alféizar de su ventana trinando alegremente sin importarles su desconsuelo y aún menos la lucha de su marinero contra la tempestad que golpea sin piedad su embarcación que flota a duras penas en un mar lejano y desconocido. Acunan su consuelo solitario y logran dibujar una sonrisa en su cara a duras penas mientras piensa en sus dedos (interminablemente largos), en su barba prehistórica raspando el interior de sus muslos, en su boca perdiéndose dentro de ella.
Él, ocupado en otros menesteres mucho más arduos, no sabe de su presencia imaginada en cada amanecer solitario, acompañado solo por el canto afinado de los pájaros cobijados en su balcón, ni del calor que la regalan sus brazos aunque no estén rodeándola, ni de su colonia aferrada al colchón que revive sin pretenderlo su recuerdo.
A ella le acuna la marea reposada tras la tempestad y respira acompasadamente.
Él, tras la tormenta, intenta descansar en una litera demasiado escueta para su cuerpo grande, marinero y viril.
No tiene fuerzas para frotar su recuerdo con mucha ansia, ni siquiera con poca, y se duerme pensando en ella una madrugada más, muchas lunas también y demasiadas tempestades antes de que, con el beneplácito de los dioses, sus soledades se encuentren.
Noticias relacionadas