Blas Garcia Peláez marchó con la flota de Pescanova rumbo a mares lejanos dejando atrás a su novia Hortensia Sanpatrás, camarera de un bar de carretera sito en Illescas.
Su relación epistolar narra las vicisitudes de ambos intentando capear las inclemencias y tempestades del día a día.
Su amor sobrevive al fuerte oleaje de la distancia y del paso del tiempo, demostrando una vez más la fuerza y la magia de la palabra que, a pesar de lo que digan las malas lenguas, vale sin duda mucho más que mil imágenes.
Capítulo 1.- Hortensia y Blas se quieren a rabiar
Groenlandia, 15 de agosto de un año incierto.
Querida Hortensia, florecilla silvestre de un campo recién llovido en primavera:
Nos encontramos en Groenlandia pescando papardas, rodeados de bloques de hielo y de focas. Cuántas ganas tengo de verte. Recuerdo con un apretón en el estómago el día que me despediste en Atocha hace seis meses, camino de embarcarme para Gijón.
Me han robado la foto que me diste, lógicamente. Ya te dije que no me la dieras posando desnuda, que estás tela de buena. Desde entonces solo tengo el almanaque, y está hecho unos zorros.
Qué ansia viva tengo de abrazarte y decirte al oído lo mucho que te necesito, aunque al hacerlo me enrede con los aros dorados que te regalé por tu cumpleaños.
No me digas lo de siempre amor, que lo único que quiero es empujar.
Recuerdos a la familia. En especial a tu hermana la peluquera...
Siento haberte dejado con una mano delante y otra detrás, que no desahuciada en el olvido.
Cuídate mucho cariño, vivo porque existes. Respiro porque respiras tú también. Aquí el panorama no puede ser peor.
Tu marinero, Blas Garcia Peláez.
Illescas, 28 de agosto, con la misma incertidumbre.
Principe de todas mis mareas revueltas:
Siempre pones de excusa a las focas. El caso es que llevo más de un mes sin saber de ti. Dónde encuentro consuelo? Me despidieron de la tasca La Ultraligera, con una patada en las posaderas, sin contemplaciones, poniendo de excusa que mis pechos son demasiado grandes y al servir la cerveza se chocan con los pinchos de morcilla de la barra (alguna vez me han hecho sangre los palillos). Dijeron que llevaba siempre la camisa llena de manchurrones, y que echaba a perder mucho género...los muy hijos de cualquier madre.
Ahora trabajo en La Ardiente, qué ironía, aquel bar de carretera pegado al polígono donde íbamos con el coche a darnos el lote.
Hoy se ha llenado el bar de camioneros que marchaban para la capital transportando pescado. He dejado que me den algún que otro azote en el trasero, porque me ha recordado a ti el olor a gamba que se me ha “pegao” al pelo, y porque estoy muy pero que muy requetesola.
Esta noche no me ducho, y seguramente mañana tampoco.
Tendré sueños mojados por los efluvios marinos.
Te tengo en mi corazón, entre mis pechos.
Tu ardiente camarera de carretera,
Hortensia Sanpatrás
P.D. No empieces con mi hermana, que te veo venir.