Martes 09 de marzo de 2021
El pasado fin de semana el Santo Padre realizaba una difícil peregrinación apostólica a Irak. Era la primera vez que un Papa viajaba a este país, masacrado por los enfrentamientos armados, por el terrorismo y por la violencia, para llevar a los cristianos y a los miembros de otras religiones palabras de amor, de consuelo y esperanza. A todos les pedía: ¡“No más violencia, facciones, extremismos e intolerancia”!
Antes de partir para Irak, el Santo Padre nos convocaba un año más a todos los cristianos a celebrar “Las 24 horas para el Señor”, durante los días 12 y 13 de marzo. En esta oración, además de dar gracias a Dios por el fruto espiritual del viaje papal, debe estar también muy presente la súplica por nuestro Sínodo diocesano. A pesar de la pandemia, seguimos celebrando con esperanza renovada este acontecimiento eclesial, expresión de comunión y de corresponsabilidad entre todos los miembros del Pueblo de Dios, para anunciar la alegría del Evangelio hasta las últimas periferias. En ocasiones, algunos ven el Sínodo solamente como un conjunto de reuniones o de propuestas para llegar a unas conclusiones pastorales operativas que orienten la acción evangelizadora de nuestra diócesis en el futuro.
Esto es necesario, pero no debemos olvidar nunca que el Sínodo es, ante todo, la obra del Espíritu en cada uno de nosotros y en nuestra Iglesia para ayudarnos a crecer en la unión con Dios, en el compromiso misionero y en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados.
Nunca, pero mucho menos en estos momentos, podemos dejarnos arrastrar por la rutina espiritual y pastoral. Desde la nueva realidad de indiferencia religiosa, de desánimo y de sufrimiento, Dios nos pide cada día que renovemos el ardor evangelizador y que mostremos a cada persona, sea creyente o no, el infinito amor de Jesucristo, muerto y resucitado, mediante nuestras obras y palabras.
No sabemos aun cuándo podremos retomar las reuniones de los grupos sinodales, pero, entre tanto, hemos de orar insistentemente para que el Señor nos ayude a madurar en nuestra fe, a profundizar en la vocación bautismal, a trabajar las catequesis que se nos proponen y a experimentar que todos vamos en el mismo barco. La dolorosa experiencia de la pandemia nos está recordando nuestra vulnerabilidad y nos está ayudando a descubrir que nos necesitamos unos a otros para afrontar las dificultades de la vida.
Es verdad que, debido a la transmisión del virus, no podemos hacer lo que quisiéramos en cada momento, pero la vocación cristiana y la misión evangelizadora no consiste en hacer nuestra voluntad, sino en descubrir la voluntad de Dios y en cumplirla. En la Iglesia, lo más importante no es lo que nosotros pensemos, sino la respuesta que demos a lo que Dios nos dice en cada instante. El servicio a nuestros semejantes nunca es “ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas” (FT 115).
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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