Miércoles 24 de marzo de 2021
Despierta la primavera, que ha hibernado durante muchos días y muchas noches, escondida tras los árboles, encubierta bajo la nieve fría y blanquísima de las montañas dibujadas al fondo del paisaje de cualquier ciudad, guardada dentro de las mantas livianas de las camas, oculta entre las malas hierbas de un jardín abandonado a su suerte.
Despierta con mucha sutileza bajo un sol exultante que ocupa solo un trozo del azul intenso e inmenso del cielo, pero con espacio suficiente para invadirlo todo con su luz, engañosa, porque si la miras fijamente en lugar de alumbrarte, te deslumbra y te ciega. Como el fuego que da calor y te consuela si te aproximas, pero que si lo intentas tocar, te quema, chamuscándote la piel, indefensa ante su poder atractivo pero destructivo.
Como un “se mira pero no se toca” de las cosas que son inalcanzables por ser demasiado hermosas.
A pesar de la llegada de la primavera, el aire sigue siendo invernal y gélido cuando araña clavando infinidad de alfileres en sus mejillas al caminar, enrojeciéndolas con un rubor que parece pintado por sus besos.
Besos que ya no están, besos que probablemente se llevó el viento del recién pasado otoño y enterró en el olvido el invencible paso del tiempo.
Camina con un desparpajo inusual para carecer de destino, como si tuviera una cita con un amante y fuera a llegar tarde a un tren que solo pasa una vez.
Se levanta el viento, dando los últimos coletazos de un otoño que se resiste a marchar, obligando a que la falda de seda roja abrace sus piernas como si fueran sus brazos, brazos que tampoco están, arrastrados por los caprichos de la vida hasta otro cuerpo.
Una sola nube en el cielo derrama lluvia que moja su piel, como la mojaba él con su saliva no hace tanto tiempo, o quizás sí, quizás demasiado para que persista de esa forma tan tenaz su recuerdo.
Siempre le ha gustado caminar bajo la lluvia intempestiva de la primavera, mecida por el ansiado olvido, arropada por el aire frío que queda del invierno, acariciada por la promesa del sol de verano en una playa donde las olas van a descansar solo un momento a la orilla donde ella se sienta a construir castillos de arena que la marea irremediablemente después se lleva.
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