Martes 30 de marzo de 2021
El Señor ha resucitado. Esta extraordinaria noticia se propagó con profunda alegría entre las mujeres que habían seguido a Jesús hasta la cruz y entre sus discípulos. La constatación del sepulcro vacío y la evidencia de que lo sucedido no era obra humana les impulsa a ver, creer y esperar. A partir de este acontecimiento los discípulos entienden las Escrituras y las vivencias junto al Maestro durante los años de su vida pública. Los hechos confirman que todas sus enseñanzas eran verdad.
El testimonio de fe de las mujeres y de los apóstoles, que concentra la predicación de la Iglesia desde los primeros momentos, avanza íntimamente unido a la invitación de Jesús a la alegría y a superar los temores, puesto que Él acompañará su misión y la de la Iglesia todos los días hasta el fin de los tiempos. Cristo, glorioso y resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, nos invita a participar de su resurrección, de su vida eterna.
La victoria de Cristo sobre el poder del pecado y de la muerte es una luz que hace posible la esperanza de todos los creyentes y que hace posible mantener viva la confianza en sus promesas a lo largo de la vida, a pesar de las oscuridades, los sufrimientos y las dificultades de cada día. La fe en la resurrección de Jesucristo permite superar y ver con nueva luz los acontecimientos personales, familiares y sociales, especialmente cuando experimentamos el límite de la existencia humana.
Durante este año, todos hemos experimentado la cruz y el sufrimiento como consecuencia de la enfermedad y la muerte de tantas personas conocidas y queridas. En estos momentos, la incertidumbre y los miedos ante el futuro son inevitables y no podemos hacerlos desaparecer de nuestra vida, pero si ponemos la fe y la confianza en quien ha vencido el pecado y la muerte, podemos vencerlos con Él y verlos con su luz. Las celebraciones del tiempo pascual nos invitan a asumir que estamos llamados a vivir, a vivir para siempre con Cristo y en Cristo. Si vivimos la comunión con Él y buscamos los bienes de arriba en vez de concentrar nuestra atención y preocupaciones en los bienes de la tierra, encontraremos plenitud de sentido a nuestra peregrinación por este mundo y podremos vivir amando, perdonando y regalando nuestra vida a Dios y a los hermanos para crecer como personas y como creyentes.
En la Eucaristía hacemos memoria agradecida del amor de Dios y actualizamos sacramentalmente la muerte y la resurrección del Señor. La experiencia del encuentro con Cristo resucitado en la Santa Misa no puede terminar al salir por la puerta del templo. Hemos de anunciar este encuentro con la alegría en nuestros rostros y con el testimonio de nuestro amor a todos los seres humanos y, de un modo especial, a los que pasan por dificultades o no han encontrado la luz para recorrer el camino de la vida.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz Pascua de la resurrección del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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